Hoy me comí un pan con perro. Ya sé que suena fuerte, pero no pude resistirme al pasar por delante del chiringuito “La Casa del Perro” que está en la 23, semiesquina a la calle L, como se diría en España, en La Habana se dice entre las calles K y L. Más señas: justo en frente de la entrada a Copelia, la famosa heladería. En La Casa del Perro, sirven un buenísimo pan con perro, que es como le llaman aquí al pan con salchicha grande. En la lista de precios se detalla que la salchicha es de 154 gramos y el precio de 10 pesos cubanos, algo así como 40 céntimos de euro
El cruce las calles 23 y L es el punto céntrico de La Habana. De mi Habana, al menos. Allí están el Hotel Habana Libre, el cine Yara, mi chiringuito preferido y la heladería Copelia, tentación en la que me resisto a caer. Me gusta este cruce de calles en el que la gente va de paso, hay movimiento, aunque suele haber mucha gente detenida en las paradas del bus delante de Copelia, a veces coincidente con la cola para entrar en ña heladería, y en la esquina del Yara cuando La 23 baja para el Hotel Nacional, tramo de calle que llaman La Rampa. También suele haber alguna persona sentada frente a la fachada principal del Habana Libre, se sientan ahí porque se coge bien internet.
Hoy he bajado precisamente por la calle L, por el tramo que baja desde la Universidad hasta el Habana Libre. Bajé haciendo fotos, como siempre, de ahí son las del muchacho intentando que le pare un almendrón, por ahí pasan los que van a dar la vuelta para volverse a La Habana Vieja o a La Víbora, los de las peluqueras trabajando y las de las turistas que se hacen fotos en el descapotable de color fresa que está aparcado delante del Hotel Habana Libre.
Por la 23 sigo camino comiéndome mi pan con perro que liquido en veinte pasos y cuando empiezo a valorar el volver atrás a por otro, me encuentro con un ciego que se busca la vida vendiendo manises tostados y pelados, barritas de caramelo y haciendo de hombre anuncio. Imposible no pensar en la Once, el gran invento de los ciegos españoles, y pienso cuanto tardarán en privatizarla. Le hago dos fotos y cruzo la 23 y callejeo bajando por la J y el Parque de Victor Hugo. Voy al Hotel Presidente, quedé allí con Nuestro Hombre en La Habana, que hoy tiene reuniones en el municipio de Playa y me dijo si quería ir a echarle un ojo al barrio, que sería una hora entre ir y volver. Acepté.
Las playas de La Habana están al este, más allá del castillo del Morro, al otro lado de la bahía. Veinte o treinta kilómetros más para allá. En La Habana el mar rompe contra un litoral de piedras que lastiman los pies descalzos. De todas formas, desde que prohibieron, hace unos años, bañarse en El Malecón por lo peligroso que era, al mar solamente se puede acceder por una estrecha franja de costa, calculé que no tiene más de cien metros, que es como un solar sin edificar que se encuentra en el barrio Playa,del municipio con el mismo nombre, que es la continuación por la costa del barrio de El Varadero, pero más moderno, sin Malecón y con mucho menos encanto.
En Playa busqué la playa pero ni siquiera llegué a acercarme a la orilla porque un hombre me desanimó. Aquí hay que bañarse con zapatos, me dijo, porque las piedras lastiman los pies descalzos. Y no fui a hacerle la foto, lo siento.
En Playa entré por un túnel que hay cerca del final de El Malecón, un túnel que atraviesa por abajo, claro, el rio Almendares que divide El Vedado de este municipio de embajadas, viviendas de diplomáticos y altos ejecutivos del país que gestionan la cosa pública.
La verdad, es que, si uno se sale de La Habana, de los municipios de Habana Vieja y Centro Habana, la visión de la ciudad cambia. Ya no son los edificios de viviendas de las calles del centro de cualquier ciudad del mundo, donde la densidad de población es mayor. Fuera de estos dos municipios los demás, los que yo he visto, tienen una alta proporción de casas unifamiliares, con mayor o menor entidad. Y aunque la ausencia de mantenimiento es el denominador común para toda La Habana, el grado de deterioro varía.
En un mismo barrio junto a una casa en ruinas puedes encontrarte otra perfectamente reconstruida.
Ocurre en la 23, casi en frente del Capri , el hotel de cinco estrellas de NH, a tiro de piedra del Hotel Nacional. Y también en pleno barrio Playa, el de mayor calidad después del de Miramar, al templete del Parque Gandi le crece un árbol en su cornisa, amenazando con hacerla caer.
Son las huellas de las circunstancias por las que ha atravesado y atraviesa Cuba, aunque ahora, de la Mano de Raúl Castro se nota un cambio, aunque al oficialismo no le gusta que se le llame cambio, que ha permitido además de la aparición de los trabajadores por cuenta propia, que han generado multitud de pequeños negocios privados, la libertad de comprar y vender vivienda, que ha disparado la actividad rehabilitadora.
Comí en el Playa ,en un restaurante con piscina y pavos reales, con escenario y pista de baile al aire libre por donde se movían un montón de hombres preparando la actuación de esta noche del viernes, instalando bafles y colgando focos. Nada que ver con lo mismo pero en Las Vegas. Una cosa a la cubana, con deficiencias y rotos. Algo así como los restaurantes de nuestras playas que nada más que abren en verano y se abarrotan solo los domingos.
Por cierto, comí muy bien, un pollo a la brasa con mucho arroz con frijoles y algo de ensalada y una botella de agua, por algo menos de cinco pesos convertibles. Unos cuatro euros. Un lujo para Nuestro Hombre en La Habana y el que le acompañaba, que le suele llevar en coche cuando necesita reunirse en distintos puntos de la ciudad con poco tiempo para desplazarse. Nada más presentármelo, Nuestro Hombre en La Habana me preguntó: ¿Cuántos años crees que tiene? A primera vista me había parecido joven, pero me detuve a mirarle las huellas de la sonrisa y le busqué el frunce de los labios, pero no había y me pareció que seguía siendo joven. Treinta y cinco, dije y como vi que no reaccionaban subí a cuarenta. Cincuenta! me dijo feliz Nuestro Hombre como si el milagro fuera fruto de la alimentación cubana
Dejé Playa después de comer, pasadas las cuatro de la tarde. Aquí se come a las doce, pero como uno todavía no entró en esa costumbre lo hace cuando el hambre se lo recuerda. En la vuelta me detuve en el Hotel Presidente, por eso de entrar en internet y enterarme de algo, y seguí después paseo por El Malecón, que hacía una tarde para estar en la calle pues el sol no quemaba y todavía el viento no soplaba frio del mar. Que estamos en invierno.
Dejé la acera del malecón por cruzar la calle para hacer unas fotos y seguí por ese lado hasta que la embajada americana me obligó a cambiar de acera, dejé atrás también el Hotel Nacional, al que me he prometido volver otro día al atardecer pues es el momento de mayor encanto de este hotel y seguí caminando hasta tocar casi La Habana Vieja.
Anochecía cuando decidí encaminarme a casa callejeando por Centro Habana, que todavía quería pasarme por el súper a ver si ya les había llegado el agua embotellada. Llegué tarde. Estamos secos, mañana sin falta tendré que comprarla en algún hotel. Nuestro Hombre en la Habana me ha aconsejado no beber agua del grifo por miedo a que me cause una descomposición. Le hago caso. Pero me acuerdo que esa era la recomendación que se hacían los ingleses cuando venían a España en los setenta.