Este es el día en que me resfrié. Estaba yo sentado en la terraza del Hotel Telégrafo, un hotel antiguo y poco actualizado que queda en la confluencia de la calle Neptuno con el Parque Central y el Paseo José Martí, cuando sentí como un aire, como el que puede mover el aleteo de una paloma, atravesarme el pecho seguido de un instante de cansancio casi imperceptible que de estar entretenido en algo ni hubiera notado. Pensé que mi botiquín estaba en la nevera de casa y que nada podría hacer hasta que el trancazo se apoderara de mi. Calculé cuatro horas y, casi acierto, diez minutos antes ya estaba tirado en cama entrando y saliendo del infierno, esperando a que me hiciera efecto el paracetamol, lo único que mi estómago que ya hervía en ácidos podría admitirme en el día de hoy. Cómo me pongo con un resfriado.
La Terraza del Telégrafo estaba casi desierta, solo había dos mesas ocupadas, incluida la mía, razón por la que me estaba encontrando a gusto. El jaleo estaba en las terrazas de al lado, que están bajo el mismo soportal que corre desde este hotel hasta la esquina del Hotel Inglaterra. Creo que son tres en las que cada una tiene su pequeña orquesta en la que cantan sin variar canciones de Cuba, como corresponde a la demanda del turista. Desde el fondo llegaba el sonido de solo una banda. Se estaba bien, pero antes de acabar el agua salté a la calle.
Irresistible la imagen del busto de Manuel Cruz con el fondo de la Casa de Andalucía. Está al principio del Paseo Martí, que todavía muchos siguen llamando Paseo del Prado, como le llamaban antes. (Antes es siempre antes de la Revolución). Aunque la guerra de la independencia (1898) dejó unos cuantos héroes con reconocimiento en La Habana, los homenajes a los caídos en la lucha contra Batista abundan, se les recuerda poniendo una placa en la casa donde vivían cuando fueron detenidos y ejecutados o en la plaza o en la calle donde fueron abatidos por los “sicarios del imperialismo yanqui”. Manuel cruz está en la nómina primera, entre los que arengaron, o lucharon por la independencia de Cuba, que “en plena colonia mantuvo con sus escritos encendido en el corazón de los cubanos el culto a la revolución”. Manuel Cruz murió en la guerra por la independencia. Guerra que, por cierto, algunos estudiosos cubanos consideran una guerra civil. Una guerra que, por lo que he visto y no por lo que he leído, ha tenido un resultado extraño. Españoles eran los que la ganaron y, a pesar de constituir una república, continuaron figurando entre las referencias de la buena sociedad los que seguían presumiendo de sus títulos nobiliarios y continuaron existiendo y agrandándose las casas regionales. Los nuevos y monumentales centros gallego y asturianos se levantan en los primeros años de la independencia y sus miembros nunca dejaron de sentirse españoles. De los que volvieron a España solo sé de Waldo A. Insua, uno de los representantes del regionalismo gallego en Cuba, amigo de Murguía y de Rosalía, que desde su periódico El Eco de Galicia fustigó a los hacendados cubanos, españoles entonces, que empezaban a sustituir a los esclavos negros por trabajadores gallegos.
Iba a seguir por el Paseo Martí pero cambié de idea, me atraía el Hotel Parque Central, un hotel de cinco estrellas de la cadena Iberostars, y entré. Los músicos estaban descansando. Le eché una ojeada y me fui. Me sorprendió que tanta gente estuviera leyendo y no paseando la ciudad. Pensé que no todos vienen a pasar cuatro días en La Habana y tres en Varadero. Por lo que parece hay gente que viaja con tiempo, como yo, para quedarse una tarde en el patio de un hotel a leer su novela.
Después me pasé al Hotel Plaza, de menor categoría, pero con algunos rincones con encanto. En el bar tenían puesto el televisor con el partido de Alemania-España. Me senté, pedí un agua (hay que beber constantemente en La Habana para evitar quedarse deshidratado) y después del primer gol me fui. Marcó España y un señor se levantó celebrándolo a gritos. Los camareros le felicitaron. Su mujer, que me pareció alemana, sonrió sin levantar la vista de la revista que estaba leyendo.
Para ir a los servicios tuve que pedirle al camarero que me abriera la puerta, que lo hizo amablemente porque al pagar el agua ya me había preocupado de dejarle propina. Estrategia que utilizo, sobre todo en los hoteles, porque son los únicos que disponen de servicios y son muchos los que acostumbran a tenerlos cerrados con llave. Las cafeterías que frecuentamos no tienen servicios. Aquí, las normas de hostelería no se lo exigen. Ignoro como se las arreglan los habaneros.
De nuevo en la calle decidí volver al Paseo y caminé hasta llegar a la altura del Museo de Bellas Artes en que torcí hacia la derecha en busca de la Embajada de España. No llegué, por supuesto. Me enredé en los jardines de delante el Museo de la Revolución y me perdí por las calles que van a dar al pequeño castillo en que está una jefatura de policía. De nuevo las fotos irresistibles por la combinación de colores, por los contrastes de nuevo y viejo o de viejo y fresco, por mostrar lo que se vende o por el tipo de comercio con el que se arriesgan esa primera generación de pequeños, los hay más grandes, emprendedores cubanos, salidos en estos años en que se dieron los primeros pasos de acceso a la propiedad privada. Asunto este de la privatización de la vivienda y la aparición de los Trabajadores por Cuenta Propia, TCP, paralizado y en el que no son ajenos los consejos del partido comunista vietnamita que, al parecer, sería partidario de que le imitasen en el modo en que introduce la propiedad privada en su sistema.
En estas calles de la Habana Vieja es frecuente encontrarse con los estudios de pintores abiertos en donde puedes comprar alguna de sus obras, generalmente a precio cubano. Hoy entré en el taller de una mujer que ni me vió, ni me oyó y en una especie de galería improvisada a la entrada de una casa, donde una chica joven vende los cuadros de un pintor que se llama Gian Carlos Pruna Milanés, en donde los precios empezaban en los 20cucs/dólar y llegaban a los 500. Pero en esta última me había quedado sin batería. Lástima, porque me hubiera gustado que vieseis alguno.
Esta tarde no pude hacer todas las fotos que deseaba, me quedé sin batería y la de repuesto no acabó de funcionarme, ignoro por qué razón. La última foto que tomé fue la de unas chicas, dos jóvenes turistas, que por su forma de estar y vestirse me llamaron más la atención que cualquier otra cosa en la Habana.
No sé si me estoy haciendo habanero pero creo que serán unas buenas fotos las de los turistas rompiendo el equilibrio de las calles de Centro Habana y Habana Vieja. Haré más.
Me había pasado la mañana haciendo fotos en el pequeño campus de la Universidad de La Habana. Estaba haciendo una foto al ramo con el que se había recordado a un estudiante muerto allí mismo “con las armas en la mano luchando por la libertad de nuestro pueblo”, cuando un hombre, que resultó ser profesor en la Universidad me dijo al pasar: Las fotos bonitas están arriba, señalando el alto muro que teníamos al lado y que sujetaba los terrenos universitarios. Para ya voy, le respondí y nos fuimos juntos.
En un espacio ajardinado se encuentran las facultades más antiguas de la Universidad de La Habana. Frente al Rectorado, la Biblioteca central y a los lados, frente a frente, las facultades de Derecho y Matemáticas y Computación. Después fuera de ese pequeño parque central están la de Filosofía, Historia y Sociología, la de Física y el Aula Magna, además de otros edificios administrativos y de diversos usos que se conocen con los nombres de Varona, Noyola y Guiteras.
El campus es un espacio acogedor en el que me sorprendió encontrarme con una tanqueta. Leí en un letrero lo que me imaginaba, pertenecía al ejercito de Baptista y había sido capturada en una batalla, la de Santa Clara, donde había muerto uno de los estudiantes que habían participado. Era otro homenaje.
En el atrio del rectorado, no sé cómo llamarle exactamente a ese espacio, estaban todavía colocadas las sillas de un acto en el que se había hablado del embargo que sufre el país y de la próxima visita del secretario general del partido comunista vietnamita o de un alto cargo de aquel gobierno, no me dejaron muy claro quién era la personalidad que iba a venir. Hombre importante para Cuba pues hoy es posible que sea el país que mayor colaboración presta al régimen cubano. Por esa razón ondeaban banderas en las cuatro esquinas del jardín central y se estaba desmontando una especie de columna de sonido.
Me paseé por todo el recinto haciendo fotos sin que nadie viniera a importunarme. Solamente cuando se las hacía a un chiringuito que funcionaba a modo de cafetería, oí una voz que me decía ¿para qué haces esa foto tan fea? ¿Qué pretendes? Quité el ojo del visor y le miré. Era un tipo regordete, con tres diamantes incrustados en una oreja y vestido con pantalón pirata, que se estaba comiendo un pan con perro, que le llenaba la boca. Estuve a punto de preguntarle muy seriamente, ¿qué le ves de feo a esta cafetería, compañero? Pero preferí no darle el susto y le dije que estuviera tranquilo a la vez que le palmeteaba el hombro con familiaridad y seguí a lo mío. Me pasa como le pasaba a Diego Bernal, que me decía, no sé qué tengo ,pero a donde voy siempre se me unen todo los tontos.
Y en la Universidad me llegó la hora de comer y me puse en contacto con Nuestro Hombre en la Habana que había estado toda la mañana de reuniones y todavía tenía que seguir por la tarde. Nos vimos y sin mucho tiempo comimos de camino a La Habana Vieja en donde tenía la primera de la tarde. Comimos bien, en el número 860 de la calle Neptuno, aquí son así de largas las calles. Y comimos bien los dos, que no es fácil. Pues el local era para cubanos, es decir que cobraba en pesos cubanos, lo que siempre significa un bajo precio, y en muchas ocasiones una comida no muy aceptable.
Después de la comida nos fuimos al Hotel Telégrafo a tomar un café, aunque él no se tomó nada y se fue nada más llegar y yo pedí un agua y fue entonces cuando sentí ese escalofrío y presentí el resfriado que me obligó a retirarme temprano. Los resfriados de antes son hoy unos trancazos que me abaten.