La 23. La Habana.

Me voy de La Habana sin pena porque cuando vi que asomaba la tristeza, decidí que volvería pronto.  No me preguntéis por qué.  Ya me hice yo esta pregunta repetidamente a lo largo del día y las respuestas que me di y sus justificaciones darían para escribir largamente.  Y no quiero abrasaros.Hoy me marcho de La Habana.  Lo que tienen estos viajes con el último día marcado de antemano es que no puedes decir que el final te coge por sorpresa.  Sin embargo, hasta ayer mismo el 17 de abril me caía muy lejos.  Como celebrarán esta confesión los que dicen que siempre dejo todo para última hora.  Pues esta vez sí, no pensé en la vuelta hasta ayer mismo.  Yo creo que porque me voy un martes y quedaba siempre, hasta ayer mismo, en la semana que viene.

San Lázaro. La Habana.

Me gusta la luz de La Habana porque me ayuda a espantar mis demonios, pensé a primera hora cuando al abrir un ojo vi que el día venía soleado y me alegré.  Que bien! Me dije.  Pero hoy me voy, me escuché decir como un lamento.  Y  antes de que pudiera la pena ser más que una vaga molestia, decidí que volvería a La Habana muy pronto y que me haría Cubano si me dejaran.  Debí de decírmelo con mucha contundencia porque ya no volví a sentir pesar alguno por dejar La Habana.  Me voy, pero de viaje.  Asumí. 

San Lázaro. La Habana

Ya no había en mí rastro de tristeza cuando, poco después, me puse a hacer la maleta, momento que suele generar abatimiento, como sabéis.  La noche anterior, sobre la cama vacía de al lado, había extendido todas mis pertenencias, las que había traído más las que añadí a lo largo de estos cuarenta días. Que fueron los collares con cuentas de colores y las cajas de apertura secreta con la bandera de Cuba que llevo como regalos para mis nietos y la bolsa que me traje de Cayo Santa María con las conchas, una piedra y los dos corales blancos petrificados que se harán familiares en alguna estantería de mi casa y servirán para sujetar en mi memoria los días que he pasado en Cuba.  Recuerdos que al preparar el equipaje tengo frescos y que me producen un sentimiento placentero por haberlos vivido feliz.  Y, por un instante, me sorprende que la felicidad haya sido esto; tan fácil, tan accesible y tan reciente.  

La calle L. La Habana

No me llevo todo lo que me traje, deseché la bolsa grande de las medicinas, un botiquín completo para hacer frente a veinte males.  Decidí recargar mi pastillero con lo suficiente para dos días y dejarle el resto a Nuestro Hombre en la Habana, al que le pareció una locura mi dispensario móvil, y al que tuve que insistirle para que se lo quedara.  Tampoco guardé en la maleta dos pantalones a los que el sol de tres continentes les había comido el color.  No me los dejes aquí, me dijo ante la posibilidad de que se los regalara.   Y me acordé de todos aquellos que habían venido en los años 90 y que al llegar a España te decían: ¿Cuba?, una pena.  Les dejé todo lo que tenía.  O te aconsejaban, llévales jabón, bolígrafos, medias, crema protectora, compresas…  Yo no había traído nada y estaba claro que nadie esperaba que le dejara nada al irme.  Y me acordé que me había dejado en mi primera vivienda, en la que cantaba el gallo por las noches, un niki, un polo de manga corta, y que la dueña del piso me había llamado dos veces para que lo fuera a buscar.  Ya no iré.

Calle L. La Habana.

Ya en la calle, con el tiempo sin comprometer y a la espera de que llegara la noche para marcharme, no hice nada.   A veces es lo que más me gusta.  En La Habana disfruto mucho de eso.  No es que no haga nada, miro o pasmo.  Miro los colores que hay en la calle, los que se mueven y los que están quietos, miro a la gente, miro la escena y, a veces, en un momento inesperado me abstraigo, sin querer, me congelo.  Mi padre era así y una de mis nietas también.  Pasmamos, nos ponemos fuera de juego.  No es excepcional, le pasa a mucha gente.  ¿Cuántas veces llegas a casa y no sabes por las calles que has pasado?

La calle L. La Habana.

Paseé una vez más las calles de El Vedado hasta el chiringuito que está a la entrada del Hospital Calixto García, y esta vez también me apunté al desayuno de un jugo de tamarindo y un bocata de jamón.

Al acabar dudé si irme a la Plaza Vieja, a disfrutar de una coca en una de las terrazas, o pasear El Malecón hasta la bocana de la bahía y quedarme allí en el castillo de La Punta mirando al mar, intentando sentir como fluía la vida siendo soldado de arcabuz en el momento en que descubre que la flota que se aproxima es de corsarios ingleses.  Subidón de adrenalina, supongo,  rompiendo la rutina en la garita de guardia.  Lo vivo bajando la calle J hacia la 23 y decido encaminarme hacia allá, pero callejeando.

Cafetería a la puerta del hospital Calixto García. La Habana.

Vuelvo atrás para coger la calle Concordia y tirar hacia el Paseo Martí, subir al Parque Central, coger la calle Obispo, la que durante treinta años llevó el nombre de Pi Margal, y detenerme a tomar un café en el Hotel Ambos Mundos, que a estas horas está tranquilo, no suele haber nadie en el salón de entrada donde atienden los del bar y los de la recepción.

la calle Concordia esquina Basarrate Een tonos verdes. La Habana.

En el Ambos Mundos yo prefiero sentarme en una de las mesas que están junto a los ventanales que dan a la calle Mercaderes, prefiero las sillas a los sillones, estoy más cómodo con una mesa en la que extender el Gramma (alguna vez) o abrir el ordenador. Estoy al margen de la actividad del lobby polivalente de este hotel, lo que me lleva a imaginar la voz grave de don Ernesto, “el escritor americano”, que cruza el salón gritándole algo al botones, que existiría entonces, para que suba veloz a su habitación a buscarle algo olvidado, y que lo coja a él, que va yendo, en el muelle, a un centenar largo de pasos.  Este es el hotel de Hemingway en Cuba y desde aquí sale de pesca, sino tuvo en la víspera una de sus noches de ron y rumba que inspiraron, como confesó alguna vez, su libro “El viejo y el mar”. Aquí vivió cuando venía a la isla hasta que decidió abandonar la habitación y comprarse una casa, “Finca Vigía”.

Lobby del Hotel Ambos Mundos. La Habana.

Por un momento siento su vitalidad y se me pone el cuerpo para una noche de ron y rumba; pero es tarde, por la edad y porque tengo el billete para esta noche y dos o tres horas antes tendré que estar en el aeropuerto.  Además, me falta esa dosis de soledad para echarme a la noche.  Ahora me seducen más los madrugones y estar en la calle rayando el alba, La Habana es preciosa a primera hora.  Bueno, La Habana es preciosa a todas horas.

Entrando en La Rampa. La Habana.

Estoy ya cruzando la calle San Lázaro, dejando a mi derecha la amplia escalinata de la Universidad, me voy a dejar caer por esta calle hasta Infanta, después giraré a la derecha para seguir por Concordia o por Neptuno.  Y ahora pienso en seguir sin detenerme hasta la Plaza de Armas, descansaré allí cuando llegue.  Me sentaré para disfrutar de esa placidez antigua que reina en ella y que disfrutan los gatos y perros callejeros junto a los habaneros y los turistas.  Pienso que solo el temperamento de los cubanos pudo haber transformado el carácter de esta plaza, desnudarla del dramatismo que durante siglos le confirió ser el centro del poder en Cuba y convertirla en un lugar en el que haraganeamos todos, desde el presidente Carlos Manuel Céspedes en su estatua, hasta el último gato callejero.

Jardines de la Plaza de Armas con la estatua de Céspedes. La Habana.Ya lo dije una vez, o en un par de ocasiones, en La Habana no estorban los gatos ni los perros callejeros.  Me llamó la atención lo relajados que están estos animales que, a pesar de no tener dueño, se comportan como mimados animales de compañía.  Sin duda, el respeto y la amabilidad son virtudes de la sociedad habanera, que también se practican con los gatos y perros de la calle.  La verdad es que en La Habana no parece que estorbe nadie.  Es más, incluso te llegas a sentir necesario para que este equilibrio tan complaciente se mantenga.

Tienda en El Vedado. La Habana.

A veces pienso que todo lo que sucede en las calles de La Habana por donde voy es lo que tiene que suceder para que al terminar el día te alegres de haber vivido.  Pero no ha pasado nada, te dices.  Y es verdad no ha ocurrido nada relevante; sin embargo, el día te ha dejado esa grata sensación de haber vivido en un mundo tan expresivo y amable.  Ya sé que no es verdad, que no puede serlo, que en la sociedad habanera también se tiene que dar la ambición, la mentira, la envidia y toda esa la lista de males inherentes al ser humano que se da en todas las sociedades y pienso, además, en todas las limitaciones con las que viven los cubanos y que yo no quisiera tener; pero les envidio.

El Vedado. La Habana

Estoy atravesando Infanta por el paso de peatones del Biky y en la mitad, tras crusarme con una pareja que viene cogida de la mano, me doy la vuelta,  y como si ellos me hubieran recordado algo que necesitaba de mi con urgencia, me vuelvo por donde vine, subo San Lázaro y me voy al Hotel Habana Libre.

Calle Infanta.La Habana

Me vuelvo al Habana Libre donde alguna vez me gustaría captar  algún resto de aquel ambiente de esperanza que reinaba cuando todavía se llamaba Habana Hilton y el comandante Fidel tenía establecido aquí su primer cuartel general tras el triunfo de La Revolución. Fulgencio Batista  huyendo con destino a Marbella, Fidel de verde oliva, desde el ventanal de un piso alto mira pensativo las casas de El Vedado que tiene a sus pies, las adivina  sumidas en un ajetreo de desconcierto y miedo apenas contenidos por la esperanza de que Estados Unidos, tan cerca, tan poderoso y tan interesado, no permita que nada cambie. 

En la calle, a través del ventanal de la cafetería exterior, sesenta años después, veo pasar la vida de La Habana sin miedos, sin estrés, con un tempo diferente. Con sol y en colores.

Hotel Habana Libre. La Habana.

Me fastidia la versión edulcorada de La Habana que puedo transmitir, hace  tiempo que sé que no existe el país de Nunca Jamás.  Podría deciros que no trato de analizar el momento que vive Cuba sino el momento que La Habana me hace vivir a mi.  Y que mi experiencia en La Habana es dulce.  Pero, además,  estos cuarenta días en Cuba  me han devuelto la duda sobre la posibilidad de existir en libertad en otro sistema que tanto miedo le da a Estados Unidos y al sistema que lidera.  Porque solo ese miedo justifica su injerencia, sus presiones, sus ataques constantes y de todo tipo al desarrollo cubano.

Camión Bus. La Habana

Como consecuencia de este viaje, aun sabiendo de las limitaciones que padece Cuba, con la población buscándose la vida después del trabajo, con una revolución en marcha que no convence a todos y que desconocen muchísimos más, con una sociedad atravesada por la corrupción desde hace siglos y con una larguísima lista de problemas graves y difíciles de resolver, agrandados por las campañas de desprestigio, constantes y continuas con que se nos habla desde todos los medios de Cuba,  encuentro muchas razones para sentir que les envidio.  

 

Me vuelvo de Cuba sabiendo, como ya sabía, que no es el paraíso.  Pero  tiene un aire…  que no tiene ningún otro lugar del mundo.

esperando para cruzar la 23. La Habana.

Pido un jugo de mango y la camarera sonriente y amable me dice que no hay, que se ha acabado. Le digo que mire bien, que al entrar me pareció que en el cacharro grande de cristal donde lo guardan y que está en un estante visible desde la entrada por el hotel, todavía quedaba algo.  Al rato me lo trae como si no hubiera sido necesario que se lo reclamara.  Me lo bebo y pienso en las razones que habría tenido la camarera para no querer servírmelo.  No aprendo nunca y busco en mí síntomas de haberme intoxicado.

Cafetería exterior del Hotel Habana Libre. La Habana.

Me llama nuestro Hombre en La Habana para comer. No tengo hambre, le digo.  Y me anima a que le haga compañía en cualquier boliche en el que den arroz moro con pescado o ropa vieja.  Accedo y yo mismo acabo comiendo lo que él que me recomienda, pechuga de pollo a la plancha con arroz con frijoles.  Como siempre no hay sobremesa y nos metemos en la tarde sin darnos cuenta y en las prisas por contactar con alguien que me acerque al aeropuerto con tiempo suficiente para no andar en peligro de perder el vuelo.  

Niños en la calle Conordia. La Habana.

Conozco a un carpintero que no trabaja, porque se sentía explotado en el taller de un Trabajador por Cuenta Propia y que anda con el coche de su abuelo haciendo traslados a los vecinos a mitad de precio, puedo llamarle, le digo a Nuestro Hombre en La Habana.  No, me dice, sin darme ninguna explicación; pero no tarda en corregirse:  Una vez más me cuenta lo de que el tiempo en Cuba va mas despacio que en Europa  y que no puedo fiarme de cualquiera para llegar a tiempo al aeropuerto.  Por comodidad le digo que si y le dejó que  me organice la marcha.

Calle Concordia. La Habana.

Llego con tiempo de sobra al José Martí y hago cola durante más de media hora ante el despacho de billetes.  No pienso en otra cosa que en pedir un asiento que de al pasillo, como hice en Lavacolla en el vuelo que me trajo a La Habana, asiento por el que tuve que pagar 30 €.  Pero cuando me atienden, se me olvida.  Me doy cuenta cuando voy a entrar y miro el asiento que me toca.  No me sale de la cabeza la conversación que mantuve con el hombre que me trajo al aeropuerto.  Hoy eligieron al nuevo presidente de Cuba, aunque todavía no se ha hecho público.  Yo doy por hecho que será Diaz Canel, pero este hombre no.   Y lamentaría que saliera, me dice y después me cuenta cuenta lo que ya he oido, que Diaz Canel es un hombre del aparato y que no va a cambiar nada.  Me habla de otros cuatro candidatos y entre ellos el que más le  gusta es un hombre de Oriente, creo que de Santiago, que tiene un lenguaje más fresco y conecta muy bien con la opinión de la calle.   Me parece muy enterado y le pregunto cómo sabe todas esas cosas.  Portales de Miami, me dice.    Le pregunto si son de fiar y me responde que a veces aciertan, cuando se lo cuenta la CIA, me dice riéndose.  Y me asegura que la Agencia americana tiene hombres hasta en el mismo gobierno de Raúl.

Nos llaman a embarcar. Me voy sin pena de La Habana, creo que octubre es un buen mes para volver.

La Calle L. La Habana
Dos ciegos frente al Habana Libre. La Habana.
Camión-Bus. La Habana.
Tienda en El Vedado. La Habana
Tienda en El Vedado. La Habana.
Calle infanta. La Habana.
Perros adoptados por el Museo. . La Habana.
Centro Habana.
Centro Habana.
Parque Victor Hugo. El Vedado. La Habana.
La Plaza de Armas. La Habana Vieja.
La Plaza de Armas. La Habana Vieja.
Hotel Santa Isabel. Plaza de armas. La Habana Vieja.
Habaneras en su Plaza de Armas. La Habana Vieja.
La Bahía de La Habana