Cayo Santa María. Cuba.

Iba a ser un día de viaje pero ha sido un día de playa.  Después de una hora de espera y siete horas de autobús llegamos al Cayo Santa María.  Soplaba un viento del norte que levantaba borreguitos en el mar, esa espuma blanca en la cresta de todas las olas.  Al final del día, cuando ya solo quedábamos nosotros en la playa y ya había venido el hombre que recogía las tumbonas a decirnos que ya se iba y que si podíamos colocar la nuestra junto a las otras cuando dejáramos la playa, vimos que habían izado la bandera roja, la de peligro.  Pero era solo porque el vigilante ya no estaba.

Nuestro hotel, Lagunas del Este, ocupa unos quinientos metros de costa, que es lo que mide la playa en la que estuvimos hoy.  Por la mañana me detuve en contar a las personas que estábamos: 22 para un arenal de 500 metros, no está mal.  También conté los pasos que di para recorrer la playa de un extremo a otro 845.  Por ahí calculé los 500 metros.  ¿Por qué hago estas cosas?  Porque me olvidé la tableta en La Habana, leer en el móvil me resulta más incómodo, y estaba cansado de tomar el sol y hacer visitas al chiringuito.

Cayo Santa María. Cuba.

Antes disfrutaba mucho al estar tumbado en la playa.  Lo que me gustaba de estar ahí, quieto, relajado, sintiendo el calorcito del sol, era abstraerme pensando el millón de historias que podrían sucederme en el futuro.  Creo que he protagonizado más vidas y más aventuras adormilado al sol que viviendo.

Cayo Santa María. Cuba.

Me gustaba tanto la playa que, incluso en los largos inviernos de Santiago, cuando estaba en el colegio y las tardes, que eran cortas, empezaban a caer yo me escapaba por el ventanal del aula a correr el cielo que cubría la finca y el monasterio de Bonaval.  En aquel cielo de atardecida yo imaginaba una playa en marea baja con los girones de nubes que siempre había en aquellas tardes de invierno, y por ella corría sintiendo esa libertad que transmite el mar hasta que un grito o un golpe del hermano que nos daba clase, me devolvían a la realidad humillante de aquel correccional que llamaban Colegio La Salle, donde creíamos que solo tenían prohibido matarnos.

Ahora, no sé si he sentado la cabeza o es que he aceptado que no tengo futuro para muchas historias, pero lo de estar tirado en la playa para no soñar… prefiero estar leyendo en el chiringuito.

Cayo Santa María. Cuba.

Decía, que no daba mucho por venir a la playa y, sin embargo, me sometí a un viaje de casi ocho horas.  Pero fue más por satisfacer el deseo de Nuestro Hombre en la Habana que por propio interés.  Pero ni el viaje se me hizo tan pesado como temía y la playa me dio más placer del que esperaba.

Salida a la playa del Hotel lagunas del Este.Cayo Santa María. Cuba.

El viaje no fue corto, que fueron muchas horas, incluido el retraso, pero si llevadero.  De seis a siete de la mañana adormilado y hasta las ocho esperando la primera parada que llegó unos quince minutos antes.  Fue un alto para desayunar y utilizar los servicios.  Nos tomamos un zumo de naranja con un sandwich de jamón y queso en una especie de pequeño museo zoológico ajardinado para niños, salpicado de bares y con un servicio donde una señora con un rollo de papel higiénico en la mano te preguntaba si ibas a necesitar papel.

Lugar de la primera Parada. Autopista de La Habana a Santa Clara.  Cuba.

Después, otras dos horas de viaje hasta la siguiente parada, antes de Santa Clara, donde de nuevo habría un servicio con una señora esperándonos para ofrecernos papel higiénico.  En esta segunda etapa entablé conversación con un matrimonio paraguayo que estaban conociendo el país acompañados de sus dos hijos, a los que no vi por ir en asientos apartados de los nuestros.

Fue en la tercera etapa cuando empecé a interesarme por el paisaje y me lo pasé intentando conseguir una foto, a través del ventanal sucio del autobús, en algún instante del traqueteo imparable.  El autobús era de fabricación china, con unos asientos cómodos y con aire acondicionado.

Carretera rural en algún lugar entre Santa Clara y Cayo Santa María.

Volví a ver las casas de madera que ya había visto en Campo Florido, descubrí las vacas blancas y escuálidas pastando libres, las plantaciones de caña de azúcar, las tiendas con nombres antiguos pintados a mano en sus fachadas y las palmeras reales, símbolo de Cuba, que crecen altísimas con una corteza lisa hasta que, allá arriba, el tronco se hace tallo nuevo y verde hasta alcanzar el viejo penacho de palmas.  Lástima que las fotos salieran tan mal.  Qué deseos de recorrer Cuba en moto.

En algún lugar del trayecto a Cayo Santa María

Hicimos una última parada relámpago, para que se bajara una pasajera, en Santa Clara. La ciudad en que se levantó el monumento al Che, que vimos de lejos avanzando fusil en mano, por encima de las vallas de un campo de fútbol o de béisbol.  Después el peaje a la entrada de los cayos.  Unos cuarenta kilómetros de piedraplén, con nueve puentes, como le llamó y nos indicó el hombre que hacía de acomodador-guía-ayuda del bus, que iba anunciándonos el tiempo de las paradas y, el nombre de los hoteles donde nos deteníamos y el de los pasajeros que tenían allí reserva.

El Che a lo lejos en Santa Clara.

Ya en el mar de los cayos te llama la atención la ausencia de pescadores y los pocos pájaros que se ven y después piensas que el piedraplén ( es como se le llama en Cuba y en Chile a un terraplén hecho de piedras a modo de camino que une dos puntos separados por el mar, Real Academia Española dixit) es un largo dique que separa el mar, aunque hayan tratado de corregirlo con nueve pequeños puentes, bajo los que esos dos mares se comunican.  Cuanto mejor hubiera quedado un largo puente que dejara libre las corrientes de agua.  Cuestiones económicas que priman ante las ecológicas, me imagino.

Desde el piedraplén de entrada en el Cayo Santa María.

Los hoteles todos muy parecidos, con mayor o menor gusto en el diseño de las fachadas y los jardines.  Los precios oscilan entre los 74 y los 105 cucs/dólares por persona cada día.  Hoteles de piscina y playa, de actuaciones musicales y pulserita en la muñeca de los clientes para que pueden comer y beber todo lo que quieran durante 24 horas al día. Como es invierno, no hay mucha gente, de todas formas en la mesa donde puedes contratar un barco para ir a pescar o un coche para ir a no sé dónde se anuncian los horarios de las salidas de los vuelos a Canadá, hay tres diarios, los viernes, los sábados y los domingos.  Canadá es el país de origen del mayor número de turistas, ha desplazado a España a un segundo lugar.  De hecho en ninguno de los hoteles en que nos detuvimos a dejar pasajeros ondeaba la bandera de España y eso que la mayoría están gestionados por empresas españolas.  Me llamó la atención porque en todas las fachadas había cinco o seis mástiles con las enseñas de diferentes países, supuse que en atención a la clientela más habitual.

una de las piscinas del hotel Lagunas del Este. Cayo Santa Mría.

La playa, como las del caribe, pero civilizada.  Ayer recogí siete vasos, cinco pajitas y una bolsa, todo de plástico. Es lo malo de que un camarero te lleve a la tumbona todo lo que se te ocurra, pero también es un indicador del tipo de personal con que vamos a compartir hotel.  No es mucho para 500 metros de playa.  Pero tampoco es que anduviera buscando porquería, todo lo contrario, estaba encantado cogiendo conchas nunca vistas en nuestros arenales, para llevárselas a mis nietos.  Por lo demás, ha sido un día mucho mejor de lo que esperaba.  La playa se impuso al viaje.  Parece que el dulce hacer nada, il dolce far niente, se impone.  Habrá que dejarse llevar a ningún lado.

Bandada de pájaros llegando a Cayo Santa María.

 

En algún lugar del trayecto a Cayo  Santa María

 

En algún lugar del trayecto a Cayo Santa María

 

En algún lugar del trayecto a Cayo Santa María

 

En algún lugar del trayecto a Cayo  Santa María

 

En algún lugar del trayecto a Cayo Santa María

 

En algún lugar del trayecto a Cayo  Santa María

 

En algún lugar del trayecto a Cayo Santa María

 

Cayo Santa María. Cuba.

 

Aeropuerto de Cayo Santa María. Cuba.