En la piscina del Hotel Lagunas del Este. Cayo Santa María

Día de regreso.  Nos levantamos mirando el reloj y teniendo en cuenta que a las doce teníamos que tener nuestras cosas en la mochila y que a las tres pasaba el autobús a recogernos.  Nos esperaban seis o siete horas de viaje hasta La Habana, si no había retraso.  Y no lo hubo.  Se presentaron veinticinco minutos antes de åla hora esperando que nosotros fuéramos de los que están media hora antes con el equipaje en la mano.  Nos cogieron en traje de baño.

En la piscina del Hotel Lagunas del Este. Cayo Santa María

No fue un día caluroso.  Hacía un poco de viento que en la playa llegaba Aser algo molesto.  En la piscina no se percibía, así que decidí, por primera vez, darme un chapuzón en la piscina  que más cubría.  La verdad es que no me apetecía bañarme, pero lo hice pensando en el calor que iba a pasar en La Habana durante los próximos días, no quise desaprovechar la oportunidad, como si el baño de hoy sirviera para refrescarme en los calores de mañana.

En la piscina del Hotel Lagunas del Este. Cayo Santa María

No éramos muchos los que nos habíamos decidido por la piscina y menos los que nos bañamos, tres o cuatros tomaban el sol, otros cerveza y algunos más solo merodeaban por entre las hamacas y el chiringuito. Parecía que el hotel había quedado vacío.

En la piscina del Hotel Lagunas del Este. Cayo Santa María

Fueron tres días en unas playas del Caribe. Preciosas y espléndidas.  El mar no se estuvo quieto ni un solo día pero disfrutamos a pesar del viento y las olas.  Realmente fueron los mejores días del último verano.  El agua estaba en el punto justo para quedarte en ella un par de horas sino resultase demasiado aburrido.  

Cayo Santa María. Cuba.

El hotel tenía unas buenas instalaciones, aunque no había luz en los servicios de la piscina, el personal, servicial, diligente y agradable.  La comida aburrida, como es posible que ocurra en toda Cuba si no entras en la comida casera, seguro que más imaginativa y más rica.  El mayor defecto el ambiente.  No es un hotel para disfrutar de la naturaleza o de sus instalaciones, no dejan.  Se empeñan en entretenernos con mucha música a todo volumen, música enlatada con un entretenedor que enseña e invita a bailar o con un Dj.  Música en play back con un hombre que él solo en un pequeño escenario se esfuerza por crear ambiente Y música en vivo con unos dúos de solista y guitarra a los que nadie hace caso.

En la piscina del Hotel Lagunas del Este. Cayo Santa María

Los clientes, variopintos.   Había una clara división entre los que no salían de la piscina y los que no salíamos de la playa.  Muchos niños, algunos con padres insoportables, y mucho personal tatuado. En general el personal poco concienciado con el medioambiente o, simplemente, con la limpieza, dejaba que los vasos de plástico de la piña colada y las cervezas se los llevara el viento por la playa adelante.

En la piscina del Hotel Lagunas del Este. Cayo Santa María

La Paraguaya me contó, en el momento en que estuve con ellos en la playa, que no les habían dejado quedarse en el hotel que habían contratado y pagado, porque su hija no había cumplido los dieciocho años.  Pese a la rigidez de la norma, les dieron de comer y les permitieron utilizar las instalaciones del hotel durante las cinco horas que tardó su agencia en buscarles otro alojamiento. A veces conviene sopesar las normas de esos hoteles, aguantar niños ajenos con padres maleducados resulta insufrible.

Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.

El regreso, todo un ejercicio de resignación.  Seis horas, con dos paradas, en las que el autobús no dejó de moverse como un avión en una tormenta; pero sin dar miedo.  En una de las paradas no me resistí a hacerle una foto al servicio de los hombress, al principio pensé, para qué, si a no le voy a enseñar a nadie una foto que se va a considerar inadecuada. Pero después me decidí a colgarla, lo haré a continuación, porque me llamó la atención la falta de intimidad que hay.  No en los urinarios, que están puestos en batería como en todas partes, sino en los retretes (que antigua me sonó siempre esta palabra). Para saber si está ocupado o libre, uno no tiene nada más que mirar por encima del tabique, pues tiene tan poca altura que cualquiera que mida más de uno sesenta puede hacerlo sin ponerse de puntillas.  Me llama la atención y no es la primera vez que lo veo en Cuba, e ignoro a qué se debe.  En nuestros aeropuertos y lugares públicos,  la intimidad  siendo escasa no llega a estos extremos, solo se le escucha al que está dentro y se le ven los pies.  Y las razones están claras, para que tengan menos espacio para escribir anuncio, insultos o guarradas,  para que no se mantengan relaciones sexuales ni se metan un chute con jeringuilla, que esnifar, por lo que se ve en las películas, se hace en los lavabos, delante del espejo. Pero aquí  en Cuba tienen que ser otras las razones, pues en ningún servicio he visto una puerta con dibujos o mensajes, la droga, aunque seguro que la hay, no corre como ahí, y en cuanto a las actividades sexuales aquí parecen más calmados y naturales, no se dan con tanta urgencia y precipitación. Yo creo que en Cuba hay un sentido del pudor y de la intimidad diferente y que ven muy positiva esta medida de la reducción de la altura de los tabiques, porque cuestan menos e impiden que alguien se eternice leyendo mientras está sentado.  Y si lo hace, siempre se le puede leer por encima del hombro, que eso molesta mucho y lo dejan enseguida. No será verdad, pero es que no me imagino cual puede ser la razón..

Servicios en una parada. Carretera de Cayo Santa María a La Habana.

 

El día fue a peor, aparecieron más nubes y se puso más  moscuro.  Abandono mi elucubración sobre los wáters públicos y la desinhibición cubana y  trato de colgarle esta luz y estos paisajes a algun pintor.  Rebusco en mi limitada pinacoteca mental para ir dándole un autor a cada momento y  pienso en Constable, y en Corot; pero no paso de ahí,  solo porque son paisajes cargados de nubes, oscuros .  Es un juego para ir matando el tiempo.  Y me pregunto pienso como abordarían los paisajistas románticos cubanos estos  parajes por los que vamos.

paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.

Solo llegando a La Habana el sol de última hora logró salir con fuerza entre las nubes quemando sus bordes y pienso si podría achacarle a Turnes, el pintor ingles  de la primera mitad del XVIII, este momento del atardecer en las afueras de La Habana; pero él lo incendiaba todo, esta luz se le quedaría corta.

Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.

Entramos en la capital a las nueve y media a de la noche y tuvimos que ir a buscar los bártulos de la mudanza a la casa de un conocido de Nuestro Hombre en La Habana, en total:  dos maletas grandes, una mochila y un botellón de cinco litros de agua.  Eso, más las dos mochilas que traíamos, lo arrastramos quinientos metros con alguna pequeña cuesta para, finalmente, subirlo a un tercer piso sin ascensor.

Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.

Abrimos las dos puertas de nuestra casa y nos recibió una bocanada de aire a cincuenta grados.  Ya estábamos en el infierno.  O peor, porque no solo hacía un calor insoportable, sino que los colchones son viejos y de muelles, en mi habitación solo hay una luz en el techo con el interruptor al lado de la puerta y el enchufe para conectar una lámpara o cargar el móvil está a los pies de la cama.

De todas formas, llegó la noche y dormimos.  Lo hicimos tan mal como siempre.

Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.
Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.
Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.
Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.
Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.
El Cielo entrando en La Habana.
Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.
Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.
Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.
Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.

Paisaje en el camino de Cayo Santa María a La Habana.
En el camino de Cayo Santa María a La Habana.