El Malecón de La Habana por la mañana.

Hoy fue el día en que se enfadó el mar y desalojó El Malecón.  Porque no fue construido para que se vayan a arrullar los enamorados, ni para los pescadores de caña y línea, ni como lugar para ver la puesta de sol, ni para los pescadores, ni como lugar de encuentro de los jóvenes, ni de los adolescentes, ni tampoco para los caminantes.  Para frenar el mar, para eso está ahí El Malecón. Lo vimos hoy.  Son los habaneros los que, con su ingenio y creatividad, han conseguido que El Malecón sea el paseo marítimo más famoso del mundo estando junto a un mar inaccesible en el que, incluso, está prohibido bañarse.

El Malecón de La Habana por la mañana.

La primera vez que vimos la espuma de las olas subiendo El Malecón fue por la mañana, cuando llegamos al Hotel Presidente.  Nuestro Hombre en La Habana necesitaba renovar hacer gestiones y parece ser que le quedaban en camino.  El Presidente, que está en el cruce de la Avenida de los Presidentes con la Siete, queda a menos de trescientos metros de El Malecón, tiene una terraza espléndida con numerosas mesas donde puedes conectarte a la red pública de internet, Etecsa, y un servicio amable por el que aceptas lo que te traen como si fuera lo que le pediste.  Se parece mucho, te dices para convencerte.

Pescadores en el extremo de El Malecón de La Habana

Mira, mira…  así voy yo callejeando por La Habana.  A cada poco hay algo que me llama la atención.  Esta vez fue la espuma de las olas subiendo más altas que los coches que circulaban por la avenida del Malecón.  Y allá me fui con la cámara.  Dejé Nuestro Hombre conectándose por sus cosas de trabajo y fui a buscar la ola más brava.

Y así estuvo el mar todo el día.  Al atardecer nos fuimos a la punta frente al Castillo del Morro a sacarle una foto al sol poniéndose por los edificios más altos que están en la costa, cuando El Malecón tuerce por El Vedado, a tres kilómetros o más de donde estábamos.

No había nadie.  El mar es más bravo y tenaz que la lluvia más furiosa y violenta.  Hoy los pescadores se habían acurrucado en la punta de entrada a la bahía, en los únicos diez metros que no te mojaban las olas.

Y en la boca de la bahía, en la explanada donde se instalaban los cañones o la fusilería para defender de los piratas a los barcos de las colonias que se juntaban en La Habana antes de salir para España como la Flota de Indias, nos juntamos con los pescadores, con los de un carrito que vendían mojitos y “ronsito”, con dos tríos, de guitarra, bongó y maracas -que si quieres se dedican a amenizar tu tarde-, con dos o tres chicas sueltas que esperaban a alguien y dos o tres chicos que debían de estar a lo mismo, y con no más de cinco grupos de poca gente, tres o cuatro personas cada uno.  Allí estábamos los turistas mirando como rompía el mar, celebrando entusiasmados el ver semejante cosa: el mar embravecido en una ciudad en la que todo es calma.  Ya tú sabes.

Pero por primera vez tuvimos frío y no esperamos a la caída del sol para empezar el camino de regreso.  Nos detuvimos a los trescientos metros donde nos habíamos resguardado de la lluvia el día anterior y nos tomamos algo a la espera del anochecer.

Anochecer en El Malecón de La Habana

Llegó entre nubarrones, le hicimos la foto y nos volvimos, pero alejándonos de El Malecón donde la brisa del mar hacía tiempo que era viento frío.

Cuando íbamos caminando por Virtudes, entre Gerundio y Escobar, (que es así como, además de dar el número de la vivienda,  se dan las direcciones en La Habana, indicando las calles que cortan la manzana en la que está la casa) un hombre mayor que estaba sentado a la puerta de su casa nos llamó.  Y Nuestro Hombre se le acercó.  Le di un minuto y me acerqué a liberarlo.  Y quedé atrapado yo también.

Nos contó su vida, su licenciatura en psicología y, sobre todo, la tristeza que tenía porque en el día de su cumpleaños no tenía a su mamá con él.  Y cuando creímos que ahí acababa la historia, me pidió por favor que le hiciera una foto con el retrato de su mamá que tenía en el interior de la casa.  Entramos y por respeto no le pregunté si no se derrumbaría el edificio. Y le hice la foto a él, con el retrato de su madre en el pecho, y en la pared una mujer desnuda reclamando la atención para un anuncio de relojes Swatch y a la miseria en la que vivía con un solo tubo fluorescente iluminando aquella ruina.  Después volvimos a la historia de la tristeza por la soledad de no tener a su madre con él el día que cumplía 58 años.  Asunto que mitigamos con 40 pesos para que celebrara el cumpleaños.  Y surtió efecto porque se alegró tanto que se sintió hermano de Nuestro Hombre en La Habana y me dijo que quería ser mi hijo.  Mi hijo!  A sus 58 años.  ¿Tendría yo tan mal aspecto? No me sentía mal, pero me acordé que había visto un hospital muy cerquita del Hotel Colina, subiendo ya por El Vedado.

El hombre que dice que llora a su madree día de su cumpleaños

El sobresalto que me produjo la propuesta de la adopción de un hombre que creí que era mas viejo que yo, aceptaría que es cosa de hipocondríacos sino fuera porque era la segunda vez en el día que me diagnosticaban vejez prematura.

La mujer que conocí en el avión en el que vine, se había empeñado en conocer nuestra casa, que alquilamos por Airbnb, porque estaba ella arreglando un apartamento y estaba haciendo  planes.   Se presentó al mediodía y Nuestro Hombre, con la disculpa de que tenía mucho trabajo, me dejó solo.  La llevé a comer al Biky.  Eligió una pizza, nos bebimos un zumo de frutas ella y una Tucola yo, y de postre una panacota y un helado de fresa y chocolate.  Con la propina fueron 18 cucs.

La comida transcurrió con normalidad, hablamos del viaje, de sus diez horas y media, de la programación del cine de Iberia y de otras cosas, entre ellas de la opinión que yo tenía de Suiza, país en el que ella y su familia llevaban más de treinta años y habían rehecho su vida.  Y fue ahí cuando ella se echó a reír y me soltó con si fuera un piropo:  serías el novio ideal para mi madre.  Como a ella ya la veía entrada en años, le pregunté con disimulada intranquilidad que cuantos años tenía su madre.  Setenta y ocho, me dijo.

Ya sé que soy mayor.  Incluso ya he asumido que tengo solo doce menos de los que indica mi partida de nacimiento.  Pero que todo el mundo me envejezca mucho más, me inquieta.  No vaya a ser que mi cuerpo esté por agotarse y yo en La Habana sin saber qué tomarme.

Mujer exagerando una de mis gracias al pedirle una foto .

Dejé el Presidente a media mañana y hasta la hora de la comida me enredé por el Vedado y Centro Habana haciendo fotos.  Me detuve ante el homenaje de recuerdo a un mártir de la revolución, a Etchevarría, presidente de l Federación de Estudiantes Universitarios y secretario del Directorio Revolucionario que murió con las armas en la mano luchando por la revolución en 1057, (lo leí en la placa).  Cayó justamente al lado de la Universidad.  En La Habana no es difícil encontrarse con un homenaje, una estatua, una placa o una nota en el Gramma  recordando a un héroe caído en la lucha por la revolución.  Una revolución de la que están a punto de celebrar su 60 aniversario.  En mi memoria reverdecen los días de la infancia en que el colegio nos llevaba a la Plaza de la Quintana, ante la cruz con el recuerdo de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, a corear a voz en grito España: Una! España: Grande! España: Libre!  Y nosotros, los más pequeños dejando aflorar toda nuestra ingenuidad e ignorancia  gritábamos a pleno pulmón  España: Una! España: Dos! España: Tres!  Para gran escándalo y dolor de nuestro profesor de Formación del Espíritu Nacional.  Entonces la vida era en blanco y negro y Franco estaba muy lejos de meterse en cama para morirse.  A veces es inevitable el establecer paralelismos con la España de Franco donde también había héroes que se recordaban, cartilla de racionamiento y todos los periódicos eran en realidad uno solo. Por mucho que razonemos las grandes diferencias, la memoria abre y cierra puertas con movimientos reflejos ante imágenes, olores o ruidos que ni siquiera somos conscientes de percibirlos.  En  Cuba ya van allá  sesenta años de revolución.

Homenaje al líder muerto en 197

 

Para cenar Nuestro Hombre  deseaba algo de pollo con arroz moro, que es como le llaman aquí al arroz en blanco con frijoles negros,  yo preferí una pizza en el tugurio con el cartel del Real Madrid. Así que nos separamos, nos veríamos en casa.   Me equivoqué, no estaba el empleado, el estudiante de medicina, y el marido de la dueña me hizo una pizza que podría haberme matado de tomármela entera.

El Cooperante llegó a casa cuando ya estaba a punto de acostarme.

La pizza de hoy
La Pizzería
El Malecón por la mañana a la altura de la Avda. de los Presidentes. La Habana
Marejada en la bocana de la bahía con el Castillo del Morro al fondo. La Habana

Mar brava en El Malecón de La Habana
El Malecón de La Habana

Se hace tarde El Malecón. La Habana
Taxistas a la puerta del Hotel Presidente. La Habana
Turistas en la Calle San Lázaro. La Habana
Un hombre va a la compra por la calle San Rafael. La Habana