Pues hoy, sobre las cuatro, que aquí es ya media tarde, se me ocurrió hacer fotos de puntos fijos de la ciudad, con la idea de captar la normalidad de un lunes en lugares céntricos de la capital de Cuba. En mis fotos veréis la acera del Hotel Habana Libre, la de enfrente con cobertura wifi y como, tres horas más tarde, estaba la plaza de delante de La Universidad, al lado del Hotel Colina, un punto de encuentro para internet y en la que hay parada del P6, un autobús muy utilizado por los vecinos de La Víbora y de los que quedan en camino. Quizá el mayor fallo de estas fotos es que salen demasiados coches antiguos y no es tan alta la proporción.
Ya al final del día, también retraté los alrededores de mi casa y, al vuelo, desde el coche en que pasé un momento, la Plaza de la Revolución desde la periferia, con los retratos del Che y de Camilo Cienfuegos y la Central de autobuses de donde salen los que van a los diferentes lugares de Cuba.
Un día, no sé si ya lo conté, me detuve en una panadería de La Habana Vieja, en la que se llama El Gallo de Oro, en la que estaba entrando y saliendo todo el tiempo gente a comprar el pan de la cartilla, esos panes redondos como los que utilizamos ahí para las hamburguesas y que aquí también utilizan. Lo que me llamó la atención es que, si te abstraías del local con sus techos y paredes despintadas y con desconches, de los retratos del Che, de la bandera de Cuba y de las fotos de Fidel, podía ser la panadería de cualquier ciudad de España, en una de sus horas punta. Lo digo por la apariencia de la clientela, en la que abundaban las mujeres mayores de piel blanca vestidas como todas las personas a las que se les congeló el armario en el momento en que les desapareció la coquetería.
Me llamó la atención porque, en La Habana y en Centro Habana, la impresión que te dan al andar por sus calles es que la población es mayoritariamente negra y descamisada. Y lo es, pero sin exagerar. Me lo decía un cubano, vive gente de muy diferentes niveles culturales y razas, lo que ocurre-me explicaba- es que estos barrios acogieron a una población inmigrante procedente del rural, en su mayoría negra, que se fue acoplando en viviendas que por la demanda se fueron subdiviendo en las llamadas barbacoas, esos entresuelos construidos aprovechando la altura de las viviendas antiguas. Y quizá porque no tienen la ventilación adecuada, porque hace el calor que hace y por su procedencia rural, con mayor costumbres de estar al aire libre, la gente de estas viviendas está más en la calle. Ignoro si esta es una opinión documentada, desconozco cualquier dato que aclare si en estos barrios vive más gente blanca o negra; pero me sorprendí a mi mismo asombrándome por ver a tanta mujer blanca que por aquella panadería de La Habana Vieja. Sin embargo, no les hice ninguna foto. Las panaderas se opusieron cuando me vieron desenfundar mi querida Alfasony, cuando empecé a robársela no logré la imagen que avalara estas palabras.
Se acaba mi visita a Cuba, esta noche hemos decidido irnos a cenar a un buen sitio, pensamos en uno de los antiguos paladares, que eran las casas particulares que antiguamente, antes de la Ley de los Trabajadores por Cuenta Propia, funcionaban como restaurantes; pero el cansancio del día nos limitó. Elegimos uno que nos queda a cien metros de casa y al que yo no había ido nunca, El Cuba Pasión, que está en lo más alto de la calle L, justo enfrente del Hotel Colina. La noche estaba fresca y nos sentamos dentro, en el rincón que hay después de la barra. Cenamos un pescado, el de siempre, una especie de pargo, y también como siempre, a la plancha con patatas cocidas, algo extraordinario esto de las patatas que no suelen aparecer en ningún menú, como el pan que aquí solo se come con el desayuno, y unos tortelinis con camarones y langosta. Para mi fue el pescado y casi todo el postre, mús de limón y crema catalana. Me invitó Nuestro Hombre en La Habana que debía celebrar así el que me fuera. Se lo agradecí igual.
No me acosté tarde para ser mi última noche en La Habana.