Día de calor y piscina en el Hotel Habana Libre. No es el Saratoga, es un hotel más popular, pero con una piscina mucho mejor. Es el nivel de los que alcanzan a pagar 25 Cucs/dólares por persona, el sueldo pelado de un profesional, sin dietas ni pluses, por comer y pasarse el día en un agua limpia, cálida y casi refrescante.
No existe el trato exquisito del Saratoga, pero resulta agradable que a tu tercera pregunta la camarera se rinda y te mire buscando tu complicidad cuando te dice: “ Lo siento, no lo sé, es mi primer día. Soy estudiante en prácticas”. Lo entiendes perfectamente, ya lo has vivido. El Habana Libre está en la cadena Meliá, una empresa hotelera española. Y ya sabemos todos como trabajan los alumnos en prácticas en España, como profesionales. Pero sin o con menos sueldo.
Yo había quedado con dos amigos en la piscina a las doce, la hora en que se empieza a servir almuerzos, comida se le llama aquí a lo que nosotros llamamos cena. Como todos los días me levanté temprano, sobre las siete ya estaba bajo la ducha y enseguida estaba en la calle. No eran las siete y media cuando salí a La Habana con aire de recién casada y andar primero de río, que Cunqueiro me perdone. ¿Cómo no iba a salir alegre? Me gustan las mañanas y si hace sol me entusiasman. Así de animado me dejé caer por El Vedado y acabé desayunando un pan con perro en La 23. después me fui a la cafetería exterior del Habana Libre a dominar desde lo alto el cruce de la 23 con la L, el cruce habanero más bullicioso..
Al poco tiempo una fotógrafa acompañada de una ayudanta, una modelo y un maquillador instalaron su set delante de mi mesa y se pusieron a lo suyo como si yo fuera invisible. La invisibilidad afecta a las personas más o menos a la vez que la presbicia, pero mientras la presbicia te impide ver lo que tienes muy cerca, como las letras de los periódicos, la invisibilidad impide que te vean los demás al hacerte transparente ante sus ojos. Y así, dado que yo no estaba allí de manera visible saqué mi cámara y me puse a hacerles fotos. Ni se inmutaron
Me habían dicho que la piscina estaba en la primera planta, pero como nunca había estado le pregunté a unos muchachos que entraron conmigo en el ascensor, ¿Sabéis en qué planta está la piscina? En la terraza, me dijo uno de ellos. ¿No está en la primera? No, no, en la última. Y apreté, con cierto respeto, la tecla 25. 25 segundos después estaba junto al letrero luminoso del Hotel, junto a los zopilotes que lo sobrevuelan y ante unas puertas de unos salones que no se dejaban abrir. Paseé toda la planta y volví a los ascensores. Llamé a los de enfrente de los que me habían subido por si eran un poquito más lentos. Pero dio igual, se abrieron las puertas del que ya había usado anteriormente. Apreté el botón de la segunda planta, miré los dígitos que indican por donde va el ascensor y ya iba en la 19. Pensé, ¿no se estará cayendo? Y ya se abrieron las puertas. En la pared de enfrente ponía: Piscina- 2ª Planta y una flecha dirigida hacia abajo. La segunda planta también estaba dedicada exclusivamente a salones. Volví a los ascensores y me detuve ante el jeroglífico. Interpreté que la piscina estaba debajo de la segunda planta, es decir, en la primera. Como yo había calculado.
Busqué a mis amigos y los vi a la sombra, en traje de baño y bebiendo una cerveza. ¿Pagaste? No, no vi nada que me indicara que tenía que pagar. Pues si, tienes que hacerlo. Bueno, después lo hago. Al poco vino un hombre que pudiera ser un camarero a confirmar lo que yo había dicho. Usted no ha pagado! No, le dije, pero pensaba hacerlo. Y saqué los 25 cucs y se los di. Y volviéndome a mis amigos, les dije: esto no es para mi, me vuelvo al Saratoga.
El sol empezó la tarde y se fue comiendo las sombras. Pedimos que abrieran los toldos y nos dijeron que estaban estropeados; pero que no nos preocupáramos que en una hora empezaría a crecer la sombra del hotel. Pero no fue verdad y yo me pasé la tarde en la cafetería, viendo como el de seguridad se entusiasmaba con Mesi y su juego ante no sé qué equipo, en un partido de liga. A las seis o a las siete ya estaba en casa, me di una ducha y me tiré en cama. A las ocho me llamarían para una cena y asistir a un concierto de Jazz frente al Meliá Cohiba.
Fui andando y me vine andando. Para volver preferí El Malecón, pasaban de las doce de la noche y estaba abarrotado, sobre todo a partir de enfrente al Hotel Nacional, en ocasiones tuve que bajarme de la acera y caminar por la calzada para poder caminar. Había pescadores, parejas, pandillas de chicas y chicos y muchos jóvenes en grupo como esperando a alguien que ya sabían que tampoco iba a llegar esa noche. Había cantantes con su guitarra o con su acordeón proponiendo dar serenatas a las parejas. Se bebía cerveza y ron y los vendedores de cortezas y palomitas trataban de colocar sus productos con poco éxito.
Me llevó casi cuarenta y cinco minutos llegar a casa. Antes de comenzar la ascensión al tercer piso, me senté en la calle, en el peldaño exterior del portal, a coger aire; pero estaba tan caliente que desistí. En casa abrí las ventanas y encendí el acondicionado. No sé qué hora era cuando, sin haber cogido el sueño, me levanté y me llevé el ventilador para los pies de mi cama, me tapé con una sábana y me quedé dormido.