Llegamos más lejos no porque queremos seguir consumiendo las mismas estampas comerciales o las mismas formas y publicidades. Viajamos porque queremos conocer algo más de lo otro, porque devorar las mismas estampas ya no tiene significado y caminar en calles que se han desvanecido en la rutina de lo similar no es una fuente de alegría. El antiguo imperio persa nos recita las mil y una noches en sus paisajes eternos; nos encanta con sus edificios milagrosos y nos seduce el calor de su gente. Todas las páginas de la Historia están escritas sobre esta tierra; desde el tosco prólogo de la humanidad hasta los confusos episodios de la actualidad. Una cosa está clara: viajamos a Irán, sueño de Persépolis, para encontrar un país diferente: seguro, amable hasta el extremos y deseoso de permanecer en el corazón de sus visitantes.
Shiraz, la santidad de Irán
Nuestro viaje comienza al sur. Las ciudades meridionales de Irán son, quizás, las más atractivas porque la historia y la prosperidad de Asia central y Medio oriente se fraguó en la zona que va desde el mediterráneo hasta el golfo Pérsico. Shiraz, aunque más modesta que Isfahán, es una parada imprescindible. Aquí los monumentos más importantes: es casi obligatorio visitar al atardecer el mausoleo Shah-e-Cheragh, uno de los centros de peregrinación más santos y famosos de Irán; recomiendo ir al atardecer.
Además de este popular monumento, Shiraz conserva otros atractivos más curiosos que nos aproxima a la vida local.
La puerta del Corán: la única puerta de la ciudad antigua que resistió el paso del tiempo hoy es un lugar de reunión para la juventud y muchas familias de la ciudad. Bajo el dintel de la Puerta observamos el ritmo de la ciudad: la vida cotidiana se hace de puertas afuera. Los iraníes disfrutan de las conversaciones y el aire fresco. El nombre de esta localización nos cuenta la costumbre popular de emprender un viaje bajo la protección de la palabra sagrada.
Jardín de Afifabad: entre las abundantes zonas verdes de la ciudad, sobresalen los jardines del Eram, diseñados en la época Qadjar (siglo XIX). Tienen una extensión de 13 hectáreas verdes. Fue el Jardín Real hasta la Revolución de 1979. Actualmente es propiedad del ejército, aunque admite visitas previo pago. El complejo incluye un Palacio, un museo de armas antiguas, un baño tradicional iraní y un café donde se puede descansar tras la visita.
Persépolis, la huella de Alejandro en Irán
Los restos de Persépolis se yerguen a 70 km de Shiraz. Alejandro Magno arruinó la capital de los persas. Sus grandes rivales, en el año 331 antes de Cristo y nunca se reconstruyó, aunque los restos dejan entrever su pasado esplendoroso y el grado de desarrollo que el imperio persa alcanzó hace más de 2.500 años.
Persépolis levantaba sus cabezas en medio de una meseta árida, a 60 kilómetros de Shiraz, protegida por el Küh-i Ramat, monte de la Misericordia. Los restos del palacio del rey Darío (s. VI a.C.) conservan las 13 inmensas columnas de 20 metros de altura de la gran sala de audiencias o apadana del palacio. Unas dimensiones que, aún destruidas y erosionadas, nos abruman. Pronto pasamos a contemplar los grabados de los muros sobre los que se asienta la sala de audiencias;
300 metros de bajorrelieves y en 23 escenas diferentes, separadas cada una de ellas por la talla de un ciprés. Las escenas narran cómo las delegaciones de los diferentes pueblos que integraban el imperio obsequian al rey. Intercalado en la escalinata de acceso a la apadana, hay tallado un espectacular bajorrelieve de más de metro y medio de largo en el que un león ataca a un toro.
Yadz, un ordenado laberinto
Cuando se fundó, Yazd enseguida se convirtió en la auténtica ciudad del desierto: callejuelas estrechas e irregulares que se extienden y retuercen, flanqueadas por casas de muros de adobe. Y más o menos, aún se conserva ese encanto. La parte antigua es una peatonal y bien conectada. La mezquita del Viernes es uno de sus hitos, así como elel bazar. Un paseo al atarceder o disfrutar de la pèusta del sol en una azotea es un momento inolvidable.
Isfahán, la ciudad más bella de Irán
Isfahán, la famosa, contiene muchos relatos y títulos. Uno de ellos es “La ciudad más hermosa de Irán”. Quizás Naghsh-e-Jahan, la gran plaza del Imán, es uno de los lugares que le han hecho ganar esa fama. Es un lugar de aire solemne en el que la vida común mejor juega. Sus edificios parecen un poco severos. La solemnidad de Naghsh-e-Jahan construye un escenario para la vida popular que se eapodera de la plaza rectangular, la más grande de Irán.
Un paseo por sus calles nos cuenta mucho de su espíritu: Isfahán es una ciudad refinada, que despierta la curiosidad de los sentidos. Se mezclan grandiosas obras maestras del arte islámico con exquisitas miniaturas de papel, hueso o marfil. El martilleo de los artesanos acompasa las tardes; un pequeño universo cubierto por el azul turquesa de las cúpulas de las mezquitas y tapizado con las hermosas filigranas geométricas que decoran los azulejos de sus muros y los dibujos de sus alfombras.
Sus majestuosos jardines están regados por grandes estanques. El agua ayuda a refrescar el ambiente cálido. Los vientos del cercano desierto de Kevir envuelven la ciudad. Los estanques sirven de espejos y reflejan invertidas las imágenes de los monumentos. Los puentes de Isfahán son majestuosos como monumentos. Unen pequeños palacios alargados a ambas orillas del río Zayandé, como los porticados de dos pisos de Seh Pol y de Jwayu. Este último es tan ancho que permitía el paso de las caravanas cargadas por el centro del camino, mientras que las arcadas laterales estaban reservadas a los peatones.
Irán guarda más lugares inolvidable. La experiencia persa os espera. Si queréis conocer más sobre el viaje a Irán, seguid este link.