Nos levantamos temprano, como siempre. A las siete ya había cantado el gallo dos veces y antes de renegar de nada nos fuimos a la calle. Le digo a Nuestro Hombre en La Habana que perdí la tarjeta de internet y no me arrepiento a pesar de que me suelta una bronca inmisericorde, que era como reñían nuestros abuelos. Me debí de levantar feliz porque me hacía gracia enfadarlo y que me riñese. Más tarde no, la discusión fue peor, cuando nos enteramos de que Puigdemont fue detenido en Alemania.
A Las ocho atravesamos El Vedado. Llevo la cámara en la mochila y pierdo la luz que a estas horas es la mejor. Al salir de casa cogimos por la calle de San Rafael en dirección al murallón que cierra el Campus de la Universidad de La Habana. En la esquina está el Museo Napoleónico. Quedamos en visitarlo a la vuelta, a esa hora estaba cerrado. A la vuelta también.
Una vez más nos detenemos en el chiringuito de la calle J esquina a la entrada que tiene en esta calle el Hospital General Calixto García y espero a que Nuestro Hombre se tome su café y su bocata de jamón, después seguimos camino, cruzamos la Plaza de Don quijote y atravesamos diagonalmente la 23.
Bajamos por la 21 hasta el Parque de Victor Hugo, donde a primera hora suele haber dos o tres grupos de personas mayores haciendo Tai Chi, pero hoy no hay nadie. Nos separamos, Nuestro Hombre tiene sus citas y se vá por la calle H abajo, yo decido coger la 19 hasta la Avenida de los Presidentes y subirla hasta la 29 donde está el monumento a José Miguel Gómez, donde arranca la Avenida. Después bajo la avenida haciendo las fotos que me pide el cuerpo y me apoltrono en el Hotel Presidente hasta que aparece Nuestro Hombre para irnos a comer.
Volvemos a comer en el mismo sitio de El Vedado que comimos ayer, en Los Primos. Busco algo con lo que no se enfade mi estómago y acabo en la pechuga de pollo a la plancha. ¿Con arroz en blanco? No contesto perdido en mis dudas y Nuestro Hombre decide por mi, con arroz moro. Le digo que sí cuando ya ha decidido porque no he desayunado. Soy precavido y dejo la mitad del arroz. De postre elijo un trozo de pan que voy a comprar a la panadería de al lado, con la que este restaurante comparte la planta baja, el porche y el jardín de esta casa de estilo colonial.
Dije restaurante y posiblemente no esté bien. Ya no se llaman paladares, desde que se dio la libertad de montar estos pequeños negocios individuales. Ahora no sé cómo se llaman, porque hay muchos tipos. Hay los que se llaman restaurantes que son como todos los de nuestro mundo, con comedor, carta, camareros y servicios. En estos restaurantes la carta no es muy extensa, también padecen las circunstancias que vive la isla y comer en ellos puede salir un entre un 30 y un 50 por ciento más barato que lo que cuesta comer en un restaurante español similar.
En el Biky hemos pagado esta noche por una pizza y una ensalada, un agua y una cerveza 12 cucs, unos 11 euros más o menos. En el Biky resulta extraño que coincidan turistas y a donde acuden los habaneros que, por su indumentaria y sus modales identificaría como de clase media, si aquí sirviera esa terminología, que no sirve. Dicen que no hay clases y desconozco como denominan los sociólogos cubanos esas diferencias notables entre distintos grupos de personas bien definidos. Hay restaurantes, como los que más frecuentamos nosotros, con cuatro o cinco mesas en el que una persona te coge los pedidos en un pequeño mostrador y, en ocasiones, ella misma te lo acerca a la mesa. De carta suele haber cuatro platos para elegir y de postre, con suerte, una bola dura de chocolate casero del tamaño de un bombón de Ferrero Rocher. No suele haber pan, ni mantel, ni servicios donde lavarse las manos, por ejemplo. En ellos suelen comer estudiantes, trabajadores de todos los empleos y nosotros, Nuestro Hombre y yo. El precio por uno de sus platos con un agua o una cerveza viene a salir por unos 3 cucs, algo menos de 3 euros, que es lo que pagamos habitualmente cada día. Lo mismo que una Coca Cola en el Hotel Presidente donde he instalado últimamente mis oficinas.
Y hay restaurantes que son, como esas pequeñas tiendas de chucherías, que ya no nos quedan en España, que es donde le gusta desayunar al cooperante y donde lo hacen los cubanos que deciden hacerlo en la calle. Un mostrador con a penas un metro cuadrado en el que dar cabida a los clientes que hacen el pedido y salen a la calle a consumirlo. En ellos se venden para beber: cervezas, refrescos y jugos (aquí no se llaman zumos) de frutas del país, piña, naranja, mango, tamarindo, guayaba… y para comer: bocatas calientes de perro, hamburguesa, jamón, tortilla francesa y jamón con queso. Donde bocata y zumo pueden salir por unos 9 pesos, unos 40 céntimos de euro.
Y hay todavía unos lugares más pequeños todavía en los que se puede comer o beber algo, que son los instalados en la entrada de la misma casa o en la ventana, si la tienen que dé a la calle. Ahí puede venderse de todo, pero suelen estar especializados. Algunos dan café solo exclusivamente, otros venden además del café algún tipo de pastas o galletas caseras, y los hay que son muy celebrados como pizzerías que elaboran sobre pedido.
Duermo inquieto una siesta de una hora larga en la que me despierto muchas veces. Al levantarme me voy a la Plaza de la Revolución donde Fidel celebraba los grandes actos de encuentro con el pueblo. La próxima cita está fijada para el 1 de mayo, como todos los años. Allí estará, presidiendo el sustituto de Raúl Castro, se habla hace tiempo de Miguel Diaz-Canel, que era muy respetado por todos, incluidos los disidentes, cuando era rector de la Universidad de La Habana. Ahora le critican diciendo que ha cambiado, que utiliza un lenguaje hueco, el habitual en el gobierno. El que no estará será Fidel, su recuerdo y su sombra si, pero de él no queda ni rastro en La Habana, ni una estatua, ni se le ha dado su nombre a una plaza, ni a una acalle, ni a un callejón. Tal como él siempre dijo, ni de vivo ni de muerto.
Fuimos por la calle que rodea el recinto universitario, la que pasa por delante del Hospital General Calixto García en donde trataron hace un tiempo a Nuestro Hombre de una conjuntivitis. Eran años peores, desaparecida la URSS y en vigor el bloqueo, faltaba lo más elemental. Se pasaba hambre. En aquel tiempo Nuestro Hombre en La Habana necesitaba algodón para hacerse unas curas y tenía que buscarlo en las compresas que para las turistas vendían en los hoteles.
En la puerta del Hospital de nuevo el Che con otra de sus frases. Me lo dice Nuestro Hombre, apenas se ven vayas arengando al pueblo, ya quedan pocas manteniendo vivo el espíritu de la revolución. Aunque esta tarde aun vimos algunas.
La Plaza de la Revolución es una explanada grande que la cruzan la calle Aranguren y la Avenida Paseo, una explanada donde Fidel pronunciaba sus largos discursos arengando a los cubanos a resistir, a mantenerse fieles a la revolución. Una plaza cerrada por el monumento Memorial José Martí y, enfrente, por los monumentos murales a Che Guevara, en la fachada del edificio que creo que es el del Ministerio del Interior y a Camilo Cienfuegos, en el otro edificio que limita la Plaza por el norte, si no me orienté mal. Junto a la silueta de cada uno de los dos comandantes, sus frases más repetidas “Vas bien Fidel” y “Hasta la victoria siempre”. Al tercer comandante de la revolución, Fidel Castro, alguien lo echó de menos en la Plazay no debió de encontrar otra manera de hacer patente su memoria que colocando una gran valla con una frase breve y fervorosa, “Fieles a tu ideario, enseñanza y ejemplo” escrita sobre una foto en la que la figura recortada de Fidel, de un Fidel guerrillero en Sierra Maestra sobresale en un extremo de la pancarta. Le hago la foto, pero se me interponen unas turistas que le dan un toque retro a La Plaza y a La Revolución.
Esta tarde no hay nada, ningún acto, ni rastro de ellos. El próximo será el Primero de Mayo, como dije, cuando una representación numerosa de los trabajadores cubanos pasará en manifestación ante el memorial de José Martí, donde ya no estará Fidel sino el que el próximo día 17 se elija como sucesor de su hermano Raúl. Pero todavía está lejos la fiesta del día uno, en el vacío de la Plaza resaltan los turistas haciéndose fotos. Algunos ajenos, por supuesto, al carácter dramático del lugar y generando de nuevo el contraste con el entorno.
La explanada es grande e inclinada, pero con una inclinación contraria a la tribuna donde se sitúa el Consejo de Estado, bajo la estatua de Martí. Enfrente y en la parte más baja de la Plaza están las figuras recortadas del Che y Camilo Cienfuegos.
Se levantó algo de viento por la tarde lo que ayudó a refrescar el ambiente y nos permitió ir y volver caminando. Fue un paseo.
A la vuelta volvemos por el que creemos que es el Jardín Botánico “Quinta de Los Molinos” y nos detenemos en él. Entramos e intentamos recorrerlo, pero un guardia de seguridad nos sale al paso para decirnos que está cerrado, que no podemos visitar el mariposario, ni la pajarera, ni nada de lo que se suele visitar; pero que si queremos pasearlo, que lo hagamos; pero que nos va a costar lo mismo, 5 cucs. Mejor lo dejamos para otro día, le decimos.
En la puerta de entrada pone un cartel en el que se anuncian visitas guiadas de jueves a domingo a las diez de la mañana. Me comprometo a volver. No me interesa la pajarera, algo más las mariposas, pero lo que quiero es comprar unas semillas que me ha encargado un vecino de Meis.
Terminamos el día volviendo a casa en una larga caminata que nos lleva por la Avda. Salvador Allende y la calle Infanta. La tarde cae y aprovecho la luz de esas dos horas, las mejores del día, para hacer las fotos de la gente de la calle. Ya al final, llegando a San Lázaro cuando íbamos a subir por San Rafael camino de casa, le hago a una pareja que marcha delante de nosotros y me doy cuenta que el hombre lleva una hoja de palma en la mano. Es domingo de Ramos, exclamo como si me hubiera golpeado la memoria por mi falta de reflejos. No había caminado diez pasos y al enfocar a una mujer mayor y a una niña que van por la acera de enfrente, en dirección contraria, les veo también que han celebrado este día.
La noche la recibimos sentados en el Biky comiéndonos la ensalada y la pizza, de las que ya os di los precios. Un fiestón para Nuestro Hombre. Para mi no, porque yo he llegado en el Biky, incluso, a comer copiosamente. Que es comer mucho.