Plaza de Victor Hugo. El Vedado. La Habana

Hotel Presidente, primera hora de la mañana. Llamo al camarero y le pido un botellín de agua y el camarero diligente y servicial me pregunta:

-. ¿La desea natural?

-. Bueno, póngamela con gas.

-. Lo siento, con gas no tenemos.

-. Si no le importa la voy a preferir natural.

-. Como desee, señor.

Y se fue y me trajo la botella de agua natural.  Y no pasó nada, ni sonreímos.

Aprovechando la señal de wifi del Hotel Presidente. La Habana

Hoy seguí empapándome de La Habana.    A primera hora los habaneros mayores practican esa gimnasia china en la que se mueven con la lentitud de los viejos maestros.  Tiene mucho arraigo, los que la imparten llevan una especie de pijama chino, ni me atrevo a llamarle kimono por la enemistad profunda que hay con los japoneses que tan violentos fueron con los chinos.    Hoy, en las dos plazas que crucé estaban practicando esta gimnasia danza. La Plaza de al lado del Hotel Colina y en la Plaza de Victor Hugo.

Taichi en El Vedado. La Habana

Cruce estas dos plazas porque acudí como cada mañana a mi mesa de trabajo en el Hotel Presidente para volver después paseando hasta la oficina de renovación del visado para tomar nota de los papeles necesarios: pasaporte, seguro médico, certificado del lugar donde estás residiendo y 25 cucs en sellos que venden en el Banco Metropolitano.

Me voy al banco por dejar las cosas hechas cuanto antes. Cola en el banco, pero esta vez sentados, el señor que organiza la afluencia de los clientes a las ventanillas no quería ver a nadie de pie, se le descontrolaría el personal.  Cuando están todas las sillas ocupadas, los que llegan hacen cola en la calle donde hay otra persona organizándola. Cuando el primero de la cola interior es destinado a una ventanilla, todos nos levantamos y avanzamos una silla, y dejan entrar a uno de los de fuera.  Me imagino, viendo el respeto que se le tiene al capataz, que al que rechiste lo mandarán al final y perderá todo lo avanzado, como mínimo. Me recuerda el juego de la oca.  Por supuesto que no tengo fotos.  No quería perder mi silla y volver a la casilla de salida.

El Vedado. La Habana.

Hoy cambiamos de lugar para comer.  No volvimos a Los Primos, nos fuimos a Doña Laura, que está en la misma calle H, dos casas más arriba.  En el camino me encuentro con una casa abandonada y con una pintada en la que la cooperación ciudadana para salvaguardar la propiedad, que no debió tener mucho éxito. No sé si se ve bien en la foto, pero bajo la ventana de la izquierda, la única que tiene cristal, todavía puede leerse. “Si ve a un hombre tratando de correr los cristales para entrar ¡ES UN LADRÓN! Avise…”  O avisaron poco o hubo muchos ladrones que poco a poco se lo llevaron todo, menos el cristal de la ventana sobre el cartel de socorro.   Sin duda todo debió de suceder en la década de los 90, en que tras la desintegración de la URSS, Cuba vivió unos años de carencia total.

El Vedado. La Habana.

En Doña Laura pagamos todavía menos.  Me parece que no llegamos a 2,5 cucs/dolar por persona.  Estaba a tope, había más personas que sitios, pero como si estuviera todo ensayado en ningún momento se quedó nadie sin un lugar donde comer sentado.  Es probable que una mujer que mandaba mucho en el mostrador donde te daban y cobraban la comida, era la que llevaba el control.  Como al salir tienes que llevar el plato en que comiste al mostrador, no entregará más menús que platos recogidos.  Debe ser así, pero no se nota.  La cola, que se alarga unos metros por la acera, se mueve con cierta diligencia.

 

La mujer que nos dio de comer hoy.  Pinche en Doña Laura. El Vedado.  La Habana.

Comí mal, para qué negarlo.  Me preguntó Nuestro Hombre en La Habana que qué quería, que él se iba a encargar de hacer los pedidos.  Filete de pescado a la plancha, le dije.  Bien, me aprobó.  Después me detuve en la letra pequeña del tablón con el menú y vi que el filete de pescado a la plancha iba con arroz con frijoles.  Como todavía estábamos en la cola le dije a nuestro Hombre, yo casi lo tomaba con arroz en blanco solo.  No la líes, me respondió inquieto y mandón.  Tuve suerte, los frijoles con el arroz fue lo mejor.

El postre lo tomamos en el Almendrares, en la calle J, casi esquina con la 25.  Nunca tomamos postre, pero descubrí la pastelería sin querer y fue inevitable que Nuestro Hombre se dejara arrastrar a semejante vicio.  Nos quedaba en camino.

Una tartaleta de puré de guayaba coronada de merengue para mi y un bonete de crema para él, no le dije que no se debería de comer crema en estos lugares en un día a 29 grados.  Cuando lo pensé ya se lo había comido y lo estuvo celebrando toda la tarde.  Mejor así.

Pastelería Almendrares. El Vedado. La Habana.

Abundan las pastelerías en La Habana.  De repente, con el permiso para declararse Trabajador por Cuenta Propia, parece que la mitad de los habaneros supieran hacer dulces.  Pero no es difícil saber cuales son las buenas, siempre hay cola.  Puede parecer que hacer cola es una afición, pero no en este caso.  Saben donde está lo bueno.  En Almendrares y en la pastelería del Biky.

Por terminar con esto de la comida, que tan importante es para un turista, por la noche no cené.  Acompañé a Nuestro Hombre a uno de sus restaurantes preferidos a tomarse un arroz moro con no se qué, ropa vieja, pollo o pescado.  No sé.   Pero dos horas después de la cena, cuando nos veníamos por Teniente Rey de la Plaza de San francisco, me paré en una panadería y me tomé dos panes redondos y abultados, que ahí llamaríamos bollos, pero que aquí no se puede.  La primera y única vez que lo hice las dos dependientas no dejaron de reírse de mi.  En Cuba deben de entender de manera diferente lo de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”.  Irremediablemente pensarán en el bollo de la viuda, con perdón.

Panadería. La Habana Vieja. La Habana.

En El Vedado existen pocas casas con apartamentos, pero las hay.  En una con garaje me encontré con una foto sorprendente, entre los coches allí aparcados había uno que destacaba.  Y no por ser el más antiguo, que probablemente lo fuera, sino porque debía de llevar allí aparcado sesenta años, pues su matrícula es de las que ya no se ven desde hace décadas, es la matrícula original con la que se dio de alta al coche el día que se compró, tiempo antes de que triunfara la revolución.

Garaje en el Vedado. La Habana.

Por la tarde, paseo por Centro Habana y La Habana Vieja en que a esas horas cada bar, cada restaurante de la calle Obispo tiene su orquesta.  La calle Obispo une la Plaza del Parque Central donde están esos edificios de las postales y aparcados esos coches descapotables de los años cincuenta de colores casi empalagosos para pasear a los turistas, con la Plaza de Armas, que está al borde de la bahía y fue punto de nacimiento de la ciudad y, en su momento,  donde se concentraba el poder.  Por cierto, en esta plaza estuvo la embajada americana hasta que la cerraron en 1960, siendo destinada entonces a escuela de parvularios.  Hoy es el Museo de Historia Natural

Plaza Vieja con la antigua embajada de EE.UU. al fondo, hoy Museo de Historia Natural. La Habana.

La calle Obispo está animada, sobre todo en la entrada, después poco a poco va perdiendo gente hasta quedar casi desierta en su desembocadura en La Plaza de Armas.  Nos vamos por la calle de los Oficios y nos detenemos en la mezquita, inaugurada hace tan solo tres años, en el 2015.  Hay tres hombres y un niño rezando.  Es hermosa.  Ocupa uno de los edificios restaurados por la Oficina del Historiador.

La Habana Vieja. La Habana

 

Ignoro el reconocimiento que el trabajo de esta oficina tiene en el mundo, pero si el que se hizo en Santiago en los ochenta mereció un alto reconocimiento internacional, lo que se está haciendo en La Habana merece el aplauso unánime.  En estos momentos la Oficina del Historiador está interviniendo en 300 edificios, aunque en el último año ha recibido un duro golpe a pasar a manos del Grupo Gaviota, en manos de los militares, toda la hostelería de la Isla, incluidas la de La Habana Vieja en las que participaba la Oficina del Historiador en representación del Estado, y que era parte fundamental en su presupuesto.

Grupo de danza en La Habana Vieja. La Habana.

Nos detenemos en una carnicería.  Está limpia y vacía.  Está cerrada con una verja pero mantiene las luces encendidas.  Por sus paredes tiene colgados la cornamenta de tres o cuatro ciervos.  Por un momento pensamos si ha dejado de funcionar y se mantiene tal cual como recuerdo histórico. Pero no, el cartón y los alambres con que está remendado el mostrador nos dicen que abrirá por la mañana.  Incluso tiene a un lado el cartel con los productos que se pueden comprar.

Carnicería en La Habana Vieja. La Habana.

Volvemos andando por Teniente Rey y después de cruzar el Parque Central cogemos por San Rafael. Tras media hora andando nos detenemos en una plaza con internet para echar un último vistazo al exterior.

Centro Habana.

Al llegar a casa dejamos la puerta abierta, abrimos ventanas y ventanucos y encendemos los ventiladores de nuestras habitaciones.  El calor es insoportable.  Nos duchamos con el agua a la temperatura que le da la gana a este artefacto que tenemos por ducha y del que a veces temo que me electrocute.  Y, después, cada uno busca el sueño como puede.

Carnicería. La Habana Vieja.
Parque Victor Hugo. El Vedado. La Habana
Avda. de Los Príncipes. el Vedado La Habana.
Centro Habana.
Avda. Padre Varela. Centro Habana.
Avda. Padre Varela. Centro Habana.
Avda. Padre Varela. Centro Habana.
El Vedado. La Habana.