Vuelta de La Víbora en guagua. La Habana

Una vez leí en algún sitio que los cubanos comen cuando pueden y lo que se les antoja, porque no son muy amigos de distinguir entre comidas. Sin embargo, después he tenido que hacer cola para comer en algunos lugares a los que he ido a la hora que, para mí, era la de comer.  Claro que como viven dos millones en La Habana hay siempre unos antojadizos a los que se les ocurre comer a mi hora.  Puede ser.  No me atrevería a firmar nada después de lo que me sucedió.

Mercado en El Vedado. La Habana.

Me presenté a comer en casa de una familia con la condición de que yo les enseñaría a hacer puré de zanahoria y gazpacho, pues me extrañó que con la cantidad de zanahorias y tomates que hay siempre en todos los mercados, nadie sepa preparar estos dos platos y, sin embargo, ya he visto en la carta de varios restaurantes pulpo a la gallega, cuando el pulpo no es un alimento tan frecuente.

Entre doce y una, me dijeron y llegué a las doce y media.  Llevé los ingredientes y unos pasteles, los más ricos que vi en Almendrares, la pastelería de la calle J, entre las 25 y la 27.

Cafetería. El Vedado. La Habana.

Seguí las instrucciones y llegué a la casa.  Había dos obreros dando cemento y al verme, pantalón corto y sandalias, me indicaron con un gesto que lo que buscaba estaba en un pequeño callejón que separaba la casa de la contigua.  Como me extrañó que sin decir nada ya me indicaran dónde tenía que buscar, miré con precaución.  Pero allí estaba la mujer que me había invitado.  Hola, me dijo.  Dio la vuelta a la casa y salió a recibirme.  El beso de rigor, aquí solo se da un beso en una mejilla, y me suelta que me había llamado al móvil pero que lo tengo desconectado y que hoy no era un buen día, que tenía a los obreros en casa y que no podía dejarles y siguió hablando muy apuradamente.

Mercado en El Vedado. La Habana.

Se me había acabado la batería y al encenderlo necesité el pin que desconocía, así que era verdad lo que estaba diciendo.  Podría haberme vuelto, pero me daba pánico volver andando  con la mochila tan cargada el kilómetro y pico que me separaba de cualquier medio de transporte, así que le dije que me perdonase, que la comprendía, pero que no se preocupase por mi, que me mostrara una nevera para guardar unos pasteles y que me dejara en la cocina para deshacerme de la pesada bolsa de zanahorias y tomates y otros vegetales.  La mujer desapareció y yo me puse a pelar tomates y limpiar zanahorias.  Cuando llevaba una hora larga y por allí no aparecía nadie, pensé que debería advertirles que lo que yo estaba preparando no hacía comida, que necesitaríamos un plato más.  La mujer seguía en la calle corrigiendo errores con los obreros y apartándola un poco le dije lo que pensaba.  No te preocupes, me dijo, yo ya comí. Busca por ahí y hazte algo.  Y me agradó la confianza.

Pero ¿Dónde estaba el malentendido? ¿Comen a las doce y yo había quedado después de comer? ¿No comen?  Me volví a la cocina y busqué qué comer.  Un poco de gazpacho, aunque no estuviera muy frío, un bocata de tortilla y un pastel de Almendrares.

Cafetería. El Vedado. La Habana.

Los obreros fueron sustituidos por un manitas que después de enredar por el porche pasó al interior de la casa a colocar cortinas y otras cosas. Cuando terminé pasaban de las tres de la tarde de un día de invierno con 27 grados y ni una sombra en la calle.  En el porche ahora vacío había unas mecedoras y corría algo de aire, allí me quedé dormido, arrullado por un taladro y la voz de mi anfitriona que seguía corrigiendo errores.

Cuando empezaron a asomar las primeras sombras, me eché al camino, se estaba bien.  Da gusto pasear por La Habana, es una ciudad en la que se ve el cielo.  Las calles son muy anchas y las casas no suelen pasar de las dos plantas. 

El Vedado. La Habana

En La Víbora, el barrio donde vive mi amiga, las casas son unifamiliares y suelen tener un jardín delante, eso sí, muy enrejado.  Ponen rejas por todas partes.  Pero no solo en La Víbora, en toda la ciudad.  Sorprende que siendo una ciudad tan tranquila y pacífica, no he observado la mínima trifulca, y donde todo el mundo está en la calle, son muchas las casas que tienen verjas cerrando el posible acceso a cualquier parte.  Y ocurre en todos los edificios, ya sean casas unifamiliares o edificios de viviendas u oficinas.  En algunos en que estuvimos, sea cual sea el barrio, hay que abrir una puerta de rejas para acceder al jardín, después abrir la del portal y antes de llegar a la del piso se tienen que abrir una más y, una vez ante el apartamento, hay que abrir otra reja para acceder a la puerta de madera de la vivienda que también está cerrada con llave.  De verdad que no parece justificable, porque después nadie tiene miedo a andar por la noche por cualquier parte.     Y tampoco es fácil ver policías, aunque los hay, pero casi todos motorizados, en coche o en moto.  

El Vedado. La Habana.

En La víbora  no hice fotos por dos razones que me aconsejaron.  Una, por temor a que mi cámara resultase una tentación para algunos vecinos y la otra, porque donde no había peligro que actuasen esos vecinos malotes no le gustaban las fotos a los vigilantes de la Seguridad del Estado, que es un recinto que se conoce con ese nombre y al que, a la vuelta, bordeé para alcanzar la calle 10 de Octubre, donde tenía pensado coger mi autobús, la guagua 6, que me deja al ladito de mi casa. En el autobús si hice fotos, pero con el móvil.

 

En el autobús de vuelta de La Víbora. La Habana

La cámara me atreví a usarla en la heladería en que me detuve ya muy cerca de 10 de Octubre.  Los helados son riquísimos en La Habana y muy baratos para uno que cobra en euros.  Un helado grande de cucurucho cuesta 6 pesos, algo así como 20 céntimos de euro.  Me había cruzado con dos personas comiendo helados y me dieron envidia, primero con un negro alto y fuerte comiendo uno de fresa y después con una mujer rubia y regordeta lamiendo uno de vainilla que se le escurría por el cucurucho.  Irresistible!

Heladería en La Víbora. La Habana

Las fotos las había hecho por la mañana  a una mujer de blanco, con el ropaje típico de las practicantes de ese rito de la Yuruba, con el que tienen que cumplir por una promesa o para apoyar una petición o por cualquier otra cosa, por que, la bverdad ignoro, por qué lo hacen.  Hace muchos años en Galicia podía verse a muchas mujeres vestidas con una especie de hábito morado para cumplir con algún compromiso adquirido con algún santo.

Mujer practicante Yoruba.
La Habana

Nuestro Hombre en La Habana llegó ya de noche, pasadas las ocho de la tarde.  Aunque había comido muy bien con los marineros de Playa Girón le convencí de que se viniera conmigo a cenar al Biky.  Hicimos cola casi veinte minutos, lo que hizo que casi renunciáramos, pero al final pudimos comernos una cazuela grande de garbanzos, algo de pollo frito y una ensalada mixta y bebernos una cerveza y una Tucola.  Todo por 15 cucs/dólar.  Tan poco es tanto.

El Biky en Infanta, esquina S. Lázaro. La Habana
El Vedado. La Habana
El Vedado. La Habana.
El. Vedado La Habana.
Cafetería.Cafetería. El Vedado. La Habana.