Hoy puse un pie en Miramar el lugar donde viven los grandes ejecutivos de las empresas estatales importantes, los embajadores y el personal de embajada de más alto rango y toda esa gente que siempre se las arregla para pertenecer a la clase privilegiada de la sociedad sea cual sea el sistema al que pertenezca el país.
Había salido de casa muy temprano cuando sol entraba inclinado en El Vedado y todavía sus vecinos hacían taichí en el parque de Victor Hugo. Dersayuné en el chiringuito que hay a la entrada del Hospital General Calixto García y después bajé hasta el Hotel Presidente haciendo unas fotos por las calles de El Vedado.
Sé que soy un pesado con El Vedado, esta ciudad jardín de finales del XIX y principios del XX que siempre me sorprende. Es increíble lo bien que planificaron esta zona de la ciudad. Fue un momento en que los promotores supieron congeniar con los arquitectos que andaban conectados con las ideas más innovadoras de Nueva York, Madrid y Barcelona sobre lo que debía de ser una ciudad residencial. Las grandes y pequeñas casas levantadas en aquellos 70 años, de 1860 a 1930, han convertido El Vedado en el lugar en el que creo que a cualquiera le gustaría vivir.
A pesar de las transformaciones a que se ha visto obligado a sufrir al reconvertir casas unifamiliares en multifamiliares y a la carencia de recursos para un mínimo mantenimiento, El Vedado sigue conservando su encanto, a lo que ayuda, sin duda el poco tráfico rodado que existe en La Habana.
Que lo del tráfico es otra de las características de esta ciudad. A penas hay coches particulares circulando, hay taxis en sus múltiples formas y toda una completa red de guaguas que te traslada a cualquier punto de la ciudad.
Esta mañana estuve admirando el palacete en el que se ha instalado la Casa de la Prensa, de la Unión de Periodistas de Cuba. También me detuve delante del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, un palacio impresionante de los que dio carácter a El Vedado.
Le dediqué más tiempo y fotos, por puro corporativismo sentimental, a la casa de apartamentos en que vivió más de cuarenta años Eduardo Chibás Ribas, un periodista que acabó con su vida dándose un tiro en el estómago en el mismo estudio de radio en el que acababa de transmitir su último comentario. En la fachada hay una pequeña placa que recuerda que fue vecino de esta casa, una casa multifamiliar de tres plantas en el que puede llamar la atención, de un gallego, las conchas de vieira con que está decorada la torre lateral del edificio como las hay decorando la fachada de la estación Central, en La Habana Vieja, que ahora está rehabilitando la Oficina del historiador.
Y hoy tuve una mañana en la que fui de palacio en palacio. El último que retraté está haciendo esquina frente al Hotel Presidente. Son dos edificios de gran influencia francesa que totalmente rehabilitados son la sede de un organismo público cuyo nombre no recuerdo. Fue la última foto que hice antes de pararme en el Hotel Presidente en donde había quedado citado con nuestro Hombre en La Habana, desde allí partiríamos hacia Miramar, donde él tenía trabajo y yo había decidido ir a recorrer alguna de sus calles y a darme un baño.
Al salir del túnel que atraviesa el rio Almendares desde El Vedado se entra en Playa por una ancha avenida jalonada por grandes viviendas unifamiliares, de las que algunas son sedes de embajadas. Esta avenida que atraviesa Playa continua después a lo largo de Miramar, un “apartado” como le llaman aquí a los barrios, todavía de mayor nivel de vida que Playa.
Sin embargo, no debí de tener mucha suerte, porque el punto donde caí no era de los que me habían hablado. No estaba mal, nada mal, pero nada como lo que me había imaginado de alto standing. Me encontré en lo que creo que debe ser la parte pobre de Miramar. Chalets unifamiliares, aislados y adosados y pequeños edificios de varias viviendas por planta. A todos les hacía falta una mano de pintura, por lo menos. Las calles, a pesar de que tenían levantadas las aceras por las raíces de los árboles, se veían cuidadas y limpias, con los parterres arreglados. Sin embargo, pese a estos pequeños defectos apuntados, es evidente que estas casas y estas calles en La Habana pertenecen a un barrio de lujo.
Pero de esta visita a este trocito del apartado, lo que mas me agradó fue encontrarme con un nutrido vivero de flores y plantas, situado en el medio y medio de las casas ocupando una amplia parcela, inconcebible en cualquier país de nuestro sistema, donde habría que vender cada planta por el valor de su peso en oro para hacer rentable el uso de semejante parcela.
Fui a pasar el día al Hotel Copacabana, que ahora se llama de otra manera pero que aquí, al menos con los que me relaciono, le siguen llamando como siempre. Me recibieron dos mujeres cantando al comandante Che Guevara, la de Buena Vista Social club, … aquí se queda la clara/la entrañable transparencia/de tu querida presencia/Comandante Che Guevara… Estaban junto a la puerta. Una tocando la guitarra y la otra las maracas. Me pareció excesivo que saludaran así a cada persona que entrara por la puerta, y se lo agradecí. Más tarde, cuando las volví a escuchar le estaban cantando a tres hombres trajeados que había salido a recibir el director del hotel. Y pensé si estarían ensayando cuando yo entré y no dándome la bienvenida.
Es un hotel de tres estrellas con una buena piscina de agua dulce al borde del mar y otra en el mar mismo que debieron de construir en una época lejana y en la que todo temporal fue dejando su muesca hasta convertirle en una ruina, pero una ruina disfrutable, muy disfrutable.
Han cerrado un rectángulo de agua un poco más corto que la parcela que ocupa el hotel, no elevando mucho la separación del mar abierto de manera que las olas están permanentemente vertiendo agua en esta piscina casi natural. El agua, por supuesto que es transparente y cuando te bañas hay peces de colores que vienen a saludarte. Solo un defecto, me señalaron una especie de erizos rojos, del tamaño de una moneda de euro, que si los pisas te dejan el pie lleno de pinchos. Es decir, hay que entrar y salir por donde lo hace todo el mundo y antes de poner un pie en roca meter la cabeza para mirar donde vas a pisar. Sin problemas, vale la pena el riesgo. Por lo menos hasta que pises el primero.
Para tener derecho a bañarte en la piscina debes pagar veinte cuc, pero doce de ellos los puedes consumir. Yo me tomé una limonada natural, una coca cola y una ración de pollo asado, sobre la que habían frito un huevo. De guarnición, patatas fritas, arroz en blanco y unas verduras. Suficiente. En la piscina no servían nada dulce pero en la cafetería del hotel me pude tomar unos pasteles de guayaba.
A última hora me llovió y traté de negociar con un taxi moto un viaje al centro pero se negó a bajar de los 10 cuc, lo que me cobraba un taxi con aire acondicionado. Le dije que no y la motorista se enfadó. Un taxista de coche que lo oyó me trajo por siete. El aire acondicionado estaba demasiado fuerte.
El día lo terminamos, Nuestro Hombre en La Habana y yo, otra vez en el Biky . Poca cosa, una ensalada, un coctel de camarones y unas fajitas de pollo, a compartir, y yo, además, un helado de vainilla cubierto con un chorrete de nata. Después me fui a acostar. El no hacer nada también cansa.