Hoy volví a ser turista, aunque eso si, con la capacidad de asombro un poco disminuida. Treinta y cuatro días en La Habana dan para acostumbrarte a escenas que te paralizaron el primer día, por sorprendentes, por hermosas, por feas, por deprimentes, por maravillosas o simplemente por sus colores o por sus contrastes.
Volví a ser turista con todas las consecuencias y ahí están las fotos. Las más sorprendentes lo que me encontré en las aceras de la prolongación de la 23, La Rampa, entre las calles L y la M. La Rampa es un calle corta que empieza hoy en el Hotel Habana Libre y concluye en El Malecón. Es una calle relativamente moderna, que fue casi un centro cultural durante los años 50 y 60, lugar de cita de artistas, escritores y dramaturgos . Muy cerquita, en la 27, vivía Cabrera Infante. Poco después de construirse el Hotel Habana Hilton,y cuando ya se llamaba Habana Libre y Fidel ya se había llevado de allí su cartel general, se reorganizó la calle, se ensancharon las aceras y se llamó a distintos artistas para que colaborasen con sus creaciones diseñando una serie de dibujos que se salpicarían por estas aceras cada determinado número de pasos. Martínez Pedro, Hugo Consuegra, Wifredo Lam, Raul Martínez y Amelia Peláez son algunos de los autores que diseñaron estos mosaicos con los que me encontré hoy al final del día.
Pero la primera foto la hice poco después de salir de casa y cuando llevaba unos trescientos metros sin hacer un solo disparo. Fue ahí cuando me pensé que ya me estaba integrando. Y en ese instante me cruzo con dos motos eléctricas en rodaje con tres coches de los años cincuenta.
Un poco más adelante, en la misma calle San Lázaro, me encuentro con una pintada revolucionaria que los tiempos, el climatológico con el cronológico y el político, van desluciendo, diluyendo. Ahora son más numerosos los graffitis callejeros, asoman en cualquier muro de La Habana. Se emborrona el pasado. Conviene. Para el 17 se espera al nuevo presidente y hay quien habla de perestroika a la cubana.
Paso por delante del Hospital Hermanos Ameijeiras y sigo camino de la Plaza de la Catedral, quedé en comerme allí una langosta en un callejón sin salida que da a la misma plaza, el que es paralelo a la calle de La Bodeguita del Medio.
Me encuentro a unos hombres bajando de una furgoneta docenas de huevos, debe ser la fecha en que se ponen a la venta para la cartilla de racionamiento. Los alimentos básicos se venden a unos precios reducidísimos, pero solo se pueden comprar por cartilla. Si sobran se ponen a la venta a un precio normal. Ocurre con el pan, por cartilla se compra un pan redondo por persona por unos céntimos, fuera de la cartilla se pueden comprar a precio libre los que quieras porque siempre hay pan a la venta en las panaderías, que son todas del Estado. No son los cubanos muy aficionados a él, al pan, me refiero.
Me llaman la atención los colores de unos ramos de flores colocados, como reclamo, a la puerta de una casa en Centro Habana. Me detengo y miro en el interior, los tonos brillantes de las flores se imponen en los desgastados de los muebles, de las telas, de las paredes y de sus desconchados. Hay también tres hombres trabajando y les pregunto si puedo hacer una foto, el que parece ser el que manda, el que está en la mesa, acepta con un gesto de cabeza. Se la hago. Ya veis, puede sorprender que con el aspecto de pobre que tiene este barrio haya quién tiene para comprar flores. Pues no es la única floristería del barrio, hay muchas más. Ignoro cuantas, pero no es difícil encontrar flores a la venta en La Habana.
Me paro en una tienda de recuerdos, ya dije que hoy salí de turista, no encuentro nada para mis nietos. ¿Unas maracas? ¿Unas muñecas negras? En Cayo Santa María les he cogido un montón de conchas con colores diferentes a las de nuestras playas y más brillantes, incluso cuando están secas. No sé. Acabo disculpándome por no encontrar nada y la lío con la señora. Como es habitual la amabilidad, el afecto y una extrema educación están presentes. Su hija vive en Barcelona, hablamos del momento por el que pasa España y le pido que me deje hacerle una foto. Me dice que no es fotogénica, se la hago y le digo que tiene razón, es mucho más guapa que en la foto que le hice.
Me asomo a una dulcería y me sorprende que se vendan los pasteles sin estar en un lugar fresco. A un habanero puede parecerle suficiente la sombra de un zaguán. Ahora, cuando veo la foto que hice, me llama la atención que en las repisas hay al menos un producto de Nestlé. Se ve mucho esta marca suiza, los helados están por todas partes, pese a la dura competencia con los del Estado que me parecen mucho mejores.
La última foto de Centro Habana son dos hombres jugando a las damas en la acera, tienen el tablero sobre las rodillas y están a la puerta de su casa. Y la primera de La Habana Vieja es justo en la primera casa cuya fachada principal da al Paseo José Martí, la está restaurando la Oficina del Historiador para destinarla a una escuela de secundaria.
Atravieso el Paseo que lleva al deslumbrante entorno del Parque Central, y me meto en unos soportales. Unos largos soportales que se van engarzando a lo largo de tres grandes edificios que están lejos de estar restaurados. Hago tres fotos, en una galería de arte, ante la puerta de una inscripción en el suelo de terrazo, en el que se anuncia el Palacio de la Mortera que por lo que parece no ha sobrevivido a la inscripción. El terrazo si, ese terrazo tan admirado que con más de cien años conserva todo su esplendor en muchísimos pasos
El tercer soportal tiene una pared restaurada, la del Bar Sloppy Joe´s, el bar con la barra más larga de La Habana. Entro pero solamente para hacer la foto.
Callejeo y me detengo en un mercado de frutas, con Camilo Cienfuegos, El Che y Fidel. Una mujer insiste en que me lleve fruta y lo hace casi por señas creyendo que no entiendo el castellano, y hago que tampoco lo hablo y le hago una seña de que no quiero y me voy. Solo los plátanos pequeños me gustan, pero tengo que comprar quince, por lo menos, y no pienso llegar a casa hasta media tarde.
La Bodeguita de en Medio, llamada así, porque no estaba en una esquina donde acostumbraban a instalarse los bodegueros, era la preferida de Hemingway, esá abarrotada de gente como las otras veces en que intenté visitarla. Ya es pequeña, pero hoy, además, tiene a un trio cantando en su interior. La gente se apelotona en la puerta. No entro ni para hacer la foto.
Camino la Plaza de la Catedral y entro en el callejón sin salida donde me esperan para comernos una langosta. Todavía no la he comido y no hay turista que venga a Cuba y no cuente que comió una langosta. Y hoy era el día en que había decidido ejercer plenamente de turista, hoy tocaba langosta. Pero no pudo ser. Las pedimos al ajillo para ver si le daba algo de sabor, la langosta es insabora; pero además la de hoy está correosa, lo que no me importa mientras me como la cola, pero el cuerpo me resulta intragable, sabe amoníaco y la dejo. Llao al camarero y se lo digo. Su respuesta es que parece imposible que esté mala pues todas las langostas sonn frescas. Pagamos y le hago una foto al callejón sin salida para no volver a entrar, el Callejón del Chorro, se llama
Vuelta a casa, descanso, visita a la oficina hoy en el Habana Libre, y cerca de las nueve visito a la más importante heladería de La Habana, de Cuba y posiblemente la de más renombre del mundo, la heladería Copelia.
Intento entrar donde lo hace todo el mundo, pero con la disculpa de que es tarde, cierra en diez minutos, me dicen que el único lugar en que puedo tomarme un helado es en el puesto que está más lejos. A estas horas hay poca oferta, solo vainilla con rizado de fresa y no sé qué con chocolate. Me quedo con el rizado de fresa, me lo dan en una copa gruesa de cristal y pago 2,5 cuc. Le pregunto a la heladera si toda esa gente que veo siempre haciendo unas colas inmensas paga tanto por un helado. Y me dice que no. Que solo los turistas que pagan en cuc pagan ese precio. Pero yo también tengo pesos cubanos, le digo y me responde muy seria y responsable, los helados están subvencionados por el Estado Cubano para los cubanos. No le dije nada pero hace tiempo que esa ley o norma está en desuso, ya los turistas podemos utilizar todos los servicios, excepto la cartilla, igual que ya no está prohibido que los cubanos entren en los hoteles o restaurantes que antes eran de uso exclusivo para los de fuera.
Dejo Copelia y me voy por la 23 hacia El Malecón, pero por el lateral del Habana Libre me encuentro con unos dibujos en el terrazo de los que había oído hablar, pero sobre los que ignoraba donde estaban. Son los mosaicos que a principio de los sesenta diseñaron un grupo de artistas importantes de La Habana, como Amelia Peláez, que pocos años antes había terminado el mural de la fachada del Hotel Habana libre, entonces Habana Hilton. Los fotografío todos, me paso casi dos horas retratando el suelo. Le tengo que pedir a una familia que se aparte por las sombras que me dan, a un anciano que se mueva para que deje de pisarlo y a dos hombres y unos militares también, todo el mundo lo hace encantado y algunos se sorprenden que ande haciéndole fotos a unos dibujos sucios, algunos rotos, que están sin orden alguno salpicando las aceras de la antigua Rambla, desde el Habana Libre hasta El Malecón, y en la acera que rodea la manzana del cine Yara.
Acabo tarde y me voy cansado para casa. Por lo menos no hace el bochorno de la noche de ayer. Hoy corre algo de aire por mi casa donde duermo hasta con la puerta abierta.