Bajó la temperatura y disfruté del día sin el agobio de los calores. Los cubanos se ríen, estos son nuestros meses duros del invierno, dicen. Para nosotros puro verano, incluso a primera y a última hora necesité un jersey. Desayunamos en el medio de Centro Habana un bocata de jamón, en un pequeño bar que se llama La Casa de los Batidos, pero que no los despachaba, por lo que redondeé el desayuno con algo en un hotel del barrio pero dando al Malecón, el Hotel Deauville, aprovechando que tenía internet.
Reanudado el callejeo por Centro Habana pasamos por delante de la casa donde vivió casi toda su vida el escritor Lezama Lima, entre 1929 y 1976.
Recordaré algo que él contaba. Que su padre estaba en el centro de su vida y que su muerte, ocurrida cuando Lezama Lima tenía nueve años, le dio el sentido de lo que más tarde llamaría el latido de la ausencia. ¿A que es bonito, el latido de la ausencia? Solo por esta síntesis tan hermosa de un recuerdo ocasional pero intermitente de alguien al que se echa de menos y no se volverá a ver, se justifica esa placa del Ministerio de Cultura. Y yo me alegro de haberla visto. Y de saber que se le recuerda, a pesar de que después de haber participado en el proceso revolucionario, como un alto cargo de Cultura, acabó distanciándose a partir del caso Padilla, por el que muchos intelectuales de todo el mundo acabaron rechazando al régimen cubano.
Una vez en La Habana Vieja Nuestro Hombre en La Habana se empeñó en enseñarme la que aquí se conoce como Casa de Rosalía. Tuve que insistir para convencerle de que Rosalía Castro nunca había estado aquí y creo que no se quedó muy convencido. Se había rehabilitado el edificio y la hostelería se había llevado la mejor parte. Ahora, casi todo el espacio del edificio lo ocupa el restaurante Rosalía de Castro, con amplia carta cubana y contrato de actuación diaria con la orquesta Buena Vista Social Club, de la que solo queda el nombre, que guarda parte de su equipo en el espacio que antes se había dedicado a teatro. A pesar de estos cambios, la Casa se mantiene activa como asociación cultural en la que se sigue dando prioridad a la música tradicional gallega y española y a la Escuela de Baile en la que hay, por lo menos, 15 grupos de danza gallega. En su agenda están previstos para este año cinco actos entre los que están, el del aniversario del nacimiento de Rosalía, el del Dia das Letras Galegas y una Velada Artística por el día de la Mujer. En el tablón de anuncios pueden verse los horarios de clase y el reglamento de la Escuela en el que se determina, en el punto 11, que “la alumna, padre o cualquier familiar que incurra en una falta de respeto hacia los profesores o miembros de la Junta Directiva será expulsado de la escuela”. Tal cual.
La mujer del ministerio que mantiene activa la Casa nos preguntó si ya habíamos ido al Centro Gallego. Como le dijimos que no, se apuró a coger el teléfono y llamar allá, a la colega que ocupaba un puesto similar al suyo. Y como la mañana nos ofrecía todavía cuarenta y cinco minutos decidimos irnos hasta el antiguo Centro Gallego de La Habana, hoy Gran teatro de La Habana “Alicia Alonso”, un edificio majestuoso e imponente a la entrada de La Habana Vieja, en pleno Paseo José Martí, frente al Parque Central y ubicado entre el Capitolio Nacional y el histórico Hotel Inglaterra, que nos habla del poder que la colonia gallega tuvo en esta capital.
Lo que vimos es un cascarón vacio. Un edificio impresionante en el que no es difícil imaginar la gloria de aquellos tiempos en que albergaba además del teatro, dos salones de baile, un casino, salones de juegos, oficinas, la Caja de Ahorros, restaurantes y cafés. A la ilusión de ejercer de gallego hoy le sobra el espacio que les dejaron: una sala con una larga barra de bar de madera de caoba y dos despachos en la segunda planta, en los que ya ni apenas queda nostalgia.
Nos recibió en su mesa de despacho el presidente de la sociedad fundadora, la Sociedad de Beneficiencia de Naturales de Galicia, Alfredo Gómez Gómez, de 87 años, que me dijo que era de Lugo. ¿Pero de Lugo-Lugo? Le pregunté yo, sabiendo que los nativos de esa provincia siempre dicen Lugo como lugar de nacimiento aunque lo hayan hecho en Sarria, en Foz o en Castro de Lea. Si señor, de Lugo, me respondió casi ofendido. ¿Pero de Lugo-Lugo? Insistí yo sonriendo ya. Carallo! Si, de Lugo, de la mismísima Becerreá, me contestó dando un golpe en la mesa. Me reí, pero él no le vió la gracia, ni me permitió que se la explicara. Tenía ganas de hablar y le sobraba energía. Me arrepentí de haberlo dado por anciano.
Habló de la Revolución que se lo había llevado todo, “nos queda la partitura original del Himno de Galicia”, dijo señalando la caja fuerte. “Y la caja fuerte”, pensé al verla. Un armatroste de más de cien años, encastrada en un armario para los documentos,creo.
Mientras Don Alfredo hablaba de aquel presidente del Centro, Fontenla Leal, que había presentado el Himno, de su retrato, que colgaba por allí, y de otras cosas, me entraron dudas sobre la originalidad de la partitura que guardaban en la caja fuerte. Me preguntaba si sería la original o la que se utilizó para interpretar por primera vez como himno gallego la composición de Veiga y Pondal, pues esa composición tenía ya 17 años el día de 1907 en que Fontenla Leal, el presidente del Centro Gallego de La Habana, lo presentó como el Himno de Galicia. Se lo iba a preguntar pero me enredé pensando en cuanto mejor hubiera sido que Curros Enríquez y el maestro Chanel hubieran aceptado la propuesta que les hizo, uno o dos años antes, Fontenla Leal de componer el Himno, pues Curros tenía más genio y garra que Pondal. Claro que, pasado un tiempo, uno acaba creyendo que hubiera sido mucho mejor que no tuviera letra, pues las de casi todos los himnos acaban envejeciendo mal. Despuesde esto recobré la atención y a un escuché a Don Alfredo contarme dos chistes sobre los coruñeses para los que forcé mi mejor sonrisa. A punto estuve de contarle yo otro, pero me abstuve por temor a alargar más la visita.
Dejamos al presidente y visitamos el otro despacho donde se amontona el resto del patrimonio actual del Centro. Allí están las cabinas con el nombre de cada sociedad gallega en La Habana, cabinas abarrotadas de correo sin recoger, de papeles caducados y sin interés, que añoran aquel esplendor de la primera mitad del siglo XX y la inmigración gallega.
Nos faltó por visitar la planta baja donde está el espacio del teatro, sin duda lo más atractivo más allá de la apabullante dimensión de la escalinata y de los salones revestidos de mármol. Y tampoco vimos las otras dependencias de las entidades que alberga el edificio como la sede del Ballet y la Opera Nacional de Cuba.
En la calle terminaba una mañana espléndida con la luminosidad de un día de verano y me acordé de la última noticia meteorológica que hablaba de que La Habana estaba sufriendo la entrada de un frente frío. Y me alegré.
Nuestro Hombre tenía trabajo y yo me volví solo por Centro Habana haciendo fotos.. Ya por la mañana había retratado en la calle Rafael a una mujer que caminaba llevando en la mano un fajo de billetes como si los fuera ofreciendo; pero no, simplemente debia de ir a gastarlos en el mercado próximo y le habría parecido una molestia el guardarlos por un momento. No sé si La Habana es así de tranquila, pero lo parece, pues creo que yo solo reparé en la mujer. Un poco más tarde me encontré con un policía cuya imagen da una idea del ambiente calmado de la calle.
También a primera hora, después de desayunar en la calle, a la puerta del pequeño local en donde acostumbra a desayunar Nuestro Hombre en La Habana, me encontré con la calle cortada para que los niños de un colegio pudieran recibir su clase de gimnasia. Unos minutos después terminaba y , en sus aulas, les pude retratar en pleno recreo.
Hay contrastes en La Habana. Hoy me llamó la atención encontrarme con un joven que parecía vestido de Versace, por los muchos colores y el mucho oro, haciendo cola donde yo trataba de conseguir mi desayuno y justo en la acera de enfrente, en el balcón de una casa, colgaban a secar unos humildes trapos de la cocina a los que solo la carencia podía mantener en uso. Imposible retratarlos a la vez, al muchacho y al balcón, a la ostentación y a la pobreza, a la presunción y a la humildad. Pensé que a lo mejor ese era el balcón de la casa donde vivía y que la ropa se la había mandado su madre emigrante en Miami o su hermano. O no. No me atreví a preguntarle en dónde se vestía y dónde vivía. No supe ponerme en su lugar. Es posible que le gustara poder explicarme las viguerías que hace para poder ir así, como le gusta.
Y mientras hacía estas fotos la tarde se fue disolviendo sin que me diera cuenta No comí, pero antes de volver a casa entré en el Biky a celebrar una cena con mucho apetito y mucho placer de poder hacerlo.