El Capitolio desde la azotea del Hotel Saratoga. La Habana.

Hoy me di un baño de lujo.  Me fui a la terraza del Saratoga, a la altura de la cúpula del Capitolio, a comer al borde de la piscina.   Estuve tres horas.  Había caminado mucho y me había detenido con mucha gente.  De repente se me ocurrió subir y encontrarme por encima de todo, deseaba alejarme de la necesidad que campa en la calle.  El Hotel Saratoga es una de los hoteles más caros de La Habana, en tripavisor puedes encontrar la habitación doble, en temporada no alta, a 400 euros la noche.

El Paseo Martí con el Gran teatro de La Habana “Alicia Alonso” (Centro gallego)

En este escenario por todo lo alto me comí una humilde baguett con pollo, pero disfruté de la calma y soledad que no alteraron la presencia del personal que me atendió con modales de exquisito mayordomo.  Fueron dos camareros, un salvavidas, que estuvo pendiente de si me bañaba, y un cuarto hombre en la puerta del gimnasio que, seguramente, me hubiera aconsejado si hubiese deseado machacarme el cuerpo.

EL museo de Telecomunicaciones con la entrada al Barrio Chino. La Habana.

Pero la mañana la empecé lavando la ropa con la lavadora.  Está bien escrito, lavando con, porque la lavamos a medias la lavadora y yo.  Es un aparato antiguo al que hay echarle agua, meterle la ropa y el jabón, después vaciarla, cargarla de agua limpia y aclarar y, finalmente, hay que retorcer la ropa a mano, porque el aparato adjunto que centrifuga está estropeado.  Y escurrida la subí a la terraza, que es un lugar cruzado de alambres y lleno de depósitos de agua, que son como gigantes botellones de plástico azul, a que se secara con el viento y el sol habaneros.  Esto me llevó una hora y no es precisamente un ejercicio que te anime a empezar el día, al menos a mi.

Hotel Saratoga. La Habana Vieja. La Habana.

Después me fui a desayunar a La Giraldilla, que es un ranchón arbolado en el que, los domingos, celebran comidas con actuaciones musicales que se extienden durante toda la tarde.  Eso si entendí bien el cartel, en el que se anunciaba la actuación de Ronald y su explosión rumbera.

Anuncio de actuación en El Giraldillo. La Habana.

En La Giraldilla hasta mediodía solo se despachan desayunos que se dan por una ventana enrejada que hay en un extremo de la cocina.  No hay mucha oferta, o hamburguesa de res o salchichas, elegí las salchichas.  Y junto a unos gatos me las comí.

El manchón El Giraldillo. La Habana.

 Y mientras lo hacía me acordé que La Giraldilla, de donde toma el nombre este ranchón, es una veleta en bronce que mantiene viva la leyenda del amor de Isabel de Bobadilla y que corona la torre vigía del Castillo de la Real Fuerza, que mandó construir su marido en 1558.  Esta mujer se pasó la vida en esa torre esperando el regreso de su esposo Hernando Soto, Capitán General de Cuba y Adelantado en Florida del Rey Carlos I, quien dejándola a ella de Gobernadora se marchó a Florida de descubrimientos.  Y, en ese viaje, buscando la fuente de la eterna juventud, de la que había oído hablar a los indios, descubrió el Misisipi y encontró la muerte por unas fiebres.  La larga espera de Isabel se convirtió en leyenda y poco después de su muerte se colocó esa veleta.  Doscientos años más tarde un gobernador de Cuba decidió que a la veleta se le llamase La Giraldilla en recuerdo del origen sevillano de aquella mujer enamorada. Todavía hoy, a muchas personas les gustaría creer que Isabel de Bobadilla, esperanzada con el regreso de su amado Hernando, continúa en la torre vigilando la bocana de la bahía.

Castillo de la Real Fuerza. a la izquierda la torre con La Giraldilla. Plaza de Armas. La Habana.

Liquidado mi bocata ante la mirada hambrienta de los gatos, seguí camino a lo que yo creía que era el Jardín Botánico.  Mi intención era comprar unas semillas de algún árbol, de cualquiera.  Un vecino me pidió que le llevara alguna para sembrar en el jardín de su casa.

Mi desayuno del Giraldillo. La Habana

No fui directo. Me detuve a fotografiar un flamante autobús que me llamó la atención por pertenecer a la Facultad de Medicina, ¿para qué lo querrán? y que me hizo recordar aquel de los colegios mayores que cerraban el fondo del Campus Sur, antes Residencia de Estudiantes, que se dedicaba a traer y llevar a los estudiantes desde sus Colegios al centro, con parada en A Senra, delante de El Yate, hoy Jacobus.

 

Autobus de la Facultad de Medicina. La Habana

También me desvié a comprarme un dulce que vendía un muchacho en un carrito.  No tenía mucha oferta, galletas de guayaba o empanadillas de guayaba.  Por no pasarme opté por la galleta.

Dulces de venta en la Avda. Salvador Allende. La Habana.

El Jardín Botánico al que fui había dejado de serlo a mediados de la década de los setenta del siglo pasado.  Me enteré en el camino, cuando un profesor, al pie de la escuela de Oftalmología, me lo dijo:  Pero eso ya no es el Jardín Botánico, esos son ahora los Jardines de los Molinos del Rey.

El vendedor de dulces. La Habana

Lo confirmé al llegar allí.   Los Molinos del Rey  era el nombre con el que se conocían estas tierras cuando la Sociedad Económica del País decidió trasladar a ellas, en 1839, su jardín botánico, al ceder su espacio para la construcción del Capitolio.  En la actualidad, el Jardín Botánico de La Habana se encuentra a 15 kilómetros del que yo visité equivocadamente.

La tienda de plantas . Avda. Salvador Allende. La Habana.

Fue el guarda el que me dijo que no vendían semillas, pero que las podía encontrar en una tienda, como un pequeño invernadero que había enfrente.  En donde semillas no había, pero me mostraron mangos y árboles caoba, de menos de un metro.  ¿Cabrán en la maleta?

Tienda de plantas en la Avda. Salvador Allende. La Habana.

Seguí caminando la ancha Avenida Salvador Allende, crucé la calle Infanta, pasé por delante del Hospital, del centro comercial Carlos III, del Ministerio de Minas, y fui haciendo fotos y parándome con algunas personas.  Hablé con una mujer practicante Yoruba que iba vestida de blanco y a la que le pregunté por qué iba vestida de aquella manera.  Porque quiero alcanzar la santidad, me respondió feliz.  Menudo sacrificio tener que ir vestida así, con un blanco tan limpito todos los días, le dije intentando ser gracioso.  Hay que lavar mucho, muchísimo, me respondió riéndose. Estaba muy contenta pero no me explicó nada bien en qué consistía el camino hasta la santidad, a la que, me pareció entender, accedería tras el visto bueno de un jurado que no sé si era de este o del otro mundo.  Además, yo me había olvidado mis audífonos en casa y como estas cosas de las religiones ya son bastante confusas en sí mismas, acabé por no encontrarle ningún sentido a lo que me estaba diciendo.  Fue entonces cuando, antes de despedirnos, le pedí que me dejara hacerle una foto y lo hizo encantada.

Creyente en la Yoruba. Avda. Salvador allende. La Habana.

También, en la calle, me encontré a una mujer estrafalaria echándole las cartas a otra, a la que le esperaba su hija que se aburría.  Estaban sentadas en el escalón de entrada a un comercio cerrado.   Un poco más adelante, yo creo que ya estaba en la calle Reyna, me paré a hablar con la dueña de un taller de reparación de gafas que estaba a sentada a la puerta del negocio hablando con un hombre sentado a su lado, que al momento en que entablamos conversación se me puso a hablar mal del gobierno, por lo que parece, la afición que más se practica en la calle.  La mujer no entró al trapo y cuando el hombre se esfumó, me dijo que ella prefería mantenerse al margen y no hablar. Solamente se quejó de una cosa, de que no hay tornillos para sujetar las patillas de los espejuelos, que es como le llaman a las gafas.

Echadora de cartas. Calle Simón Bolivar. La Habana

A una mujer muy atractiva que se me escapaba la llamé y le pedí que me dejara hacerle una foto, me dijo que no, que lo sentía, que en la calle no le gustaba que le hicieran fotos.  Le dije que más lo sentía yo pero que no tenía estudio ni lugar apropiado.  Me propuso subir a su piso:  Pero ahora no, después de las dos de la tarde, me dijo.  Me lo pensé.  La sesión de fotos podría ser divertida.  Y una vez más lamenté no haber aceptado.  Ay!  Esta tarde me resulta imposible, me disculpé.  Quiso darme su dirección, pero sería un sinvivir llevarla en el bolsillo así que le dije que no se preocupara que yo volvería a buscarla en la misma calle.  Me imagino que después de muerto ya no me importará haber renunciado a esta sesión de fotos.

Calle Simón Bolivar. Centro Habana. La Habana.

Cuando me detuve en una especie de ferretería para el hogar para hacerle unas fotos a la mercancía, una mujer joven en sujetador y pantalón con la bandera de estados Unidos salió por la puerta abierta de la trastienda, la vivienda en realidad, y se puso a hacer posturitas para la foto.  Se la hice.  Me pidió que le presentara a un hijo mío para casarse con él, le dije que estaban todos casados y entonces me propuso casarse conmigo por cinco mil cucs/dólares.  Estaríamos casados dos años y yo podría montar el negocio que quisiera.  Le dije que en dos años su vitalidad podría acabar con la mía.  No te preocupes, yo tendría otros novios, me aseguró.  No me pareció mal y le propuse que cuando pensara el negocio volvería para casarme.  Claro que no me creyó.  Yo a ella si, pero solo cuando me contó donde trabajaba y las condiciones.  Lo hace en una cafetería, en un cuchitril sin apenas espacio, durante 11 horas al día los siete días de la semana por 2,40 cucs/doláres cada jornada.  Un botellín de agua cuesta 1 cuc en esas cafeterías. No tiene ningún derecho como trabajador.  Si no trabaja no cobra, sea por enfermedad o por vacaciones como esta semana en que se las cogió después de tres meses en que no había descansado ni un día.

Ferretería en Simón Bolivar. Centro Habana. La Habana.

Ya hablé ayer de lo duro que está resultando esta transición en Cuba.  Bueno no sé si transición.  Digamos estas modificaciones del sistema, modificaciones que se han paralizado porque la iniciativa popular fue tan fuerte montando negocios, alquilando habitaciones, casas y apartamentos, que han decidido frenar en seco la concesión de más licencias de Trabajador por Cuenta Propia.  Me imagino que se habrán dado cuenta que no se puede seguir sin establecer antes una legislación más desarrollada que regule el funcionamiento de esta nueva sociedad, con sus derechos y sus deberes, pues me parece  que casi no existe regulación alguna.  Me da la sensación que en estos momentos muchos trabajadores por cuenta propia acaban siendo explotados por otros que realmente no lo son, sino que son empresarios casi totalmente descontrolados por el Estado.

Centro Habana. La Habana

Crucé el barrio chino, ese que le gustaba tanto a Grahan Green y en el que yo no encontré ningún encanto y solo a un chino, pasé por el Museo de las Telecomunicaciones y me detuve un rato en el parque que está a la izquierda del Capitolio, el Parque de las Fraternidades, donde a esa hora había mucha gente comiendo lo que se había traído de casa.  Fue ahí cuando se me ocurrió subir a la terraza del Hotel Saratoga, que está enfrente, para sentirme por encima del mundo.

Parque del carita. barrio Chino. La Habana.

En la terraza del hotel muy bien, pues poca gente paga por una habitación en La Habana para pasarse el tiempo en la piscina.  Así que tranquila además de soleada, porque a esa altura no hay nada que le haga sombra, ni las vicisitudes de los cubanos, y ofrece unas vistas espectaculares.

Parque de la fraternidad. desde la terraza del Saratoga. La Habana

Pocas cosas podían echarme de aquella terraza.  Unas gotas de lluvia me desalojaron.  Bajé a la calle para volver a confundirme con el pueblo, para lograrlo más me compré un helado de chocolate en un portal y estuve a punto de hacerme con un cucurucho de cangrejitos; pero un hombre me advirtió a tiempo de que eran dulces, rellenos de guayaba.

Heladería en el Paseo Martí, frente al Capitolio. La Habana.

Allí al lado, bajo los mismos soportales en los que me abrigaba, me encontré con lo que parecía un polideportivo en el que se anunciaba un campeonato de futbol sala.  Me llamó la atención que una cosa tan nueva en Cuba, como el futbol, hubiera entrado en un recinto que me parecía muy antiguo y, por lo tanto, con otros deportes adueñados del recinto.  Le pregunté a un mulato, alto como un jugador de baloncesto y fuerte como un levantador de pesas, que estaba al otro lado de la puerta de rejas, qué cuando había partido y me preguntó si era argentino.  No, español.  ¿Del Madrid o del Barsa? ¿Tú de cual eres?

Del Madrid, ¿Viste el gol de Ronaldo, la chilena que hizo subiendo hasta los dos metros treinta y cinco?   Dejó al portero del Juventus paralizado.  El público de Roma se levantó para aplaudirle…

Y siguió y siguió entusiasmado hablándome de las virtudes de Ronaldo.  Cuando pierde el Madrid no duermo, me dijo.  Y no le dejé hablar más, me fui sin saber nada.  Me hubiera gustado que su entusiasmo fuera contagioso.

Paseo Martí. La Habana.

Cuando escampó dejé los soportales que hay enfrente del Capitolio en lo que me ayudaron un vendedor de puros, “Cohiba de verdad”, decía, y un celestino ofreciéndome una de sus mujeres.

Paseo Martí. La Habana.

Elegí la calle Obra Pía para perforar La Habana Vieja.  Mi primer alto fue en una panadería del estado, Panera El Gallo de Oro, se llamaba, en el que me sorprendió el número elevado de clientes mujeres blancas, mayores, que aquí clasificaríamos de clase media por el comedido estilo de sus ropas y sus peinados.  Me sorprendió porque en estas calles de Centro Habana y Habana Vieja parecen mayoría los vecinos de origen africano y, probablemente, lo sean solo en las calles, que no en las casas. A mi se me ocurrió que por el origen rural de los negros.  Pues han sido los últimos inmigrantes en La Habana, y siendo, supongo, habitantes mayoritarios de las viviendas más oscuras, encuentran más la luz y el aire que echan de menos en la calle.  Pero seguro que es una perogrullada mía.  Una vez le pregunté a una socióloga si estos dos barrios estaban habitados por personas de menor nivel económico y educativo, como me parecía, y me lo negó, aunque si apuntó que eran barrios que habían acogido a mayor número de inmigrantes procedentes del rural, sobre todo, cuando se dio, hace unos años, libertad de movimiento en Cuba.

Panadería El gallo de Oro, La Habana Vieja. La Habana

La segunda vez que me detuve fue con una mujer que creí muy mayor y que estaba fumándose un pitillo a la puerta de su casa.  Le conté que mi madre de 96 años también fumaba, esperando que ella presumiera de seguir haciéndolo a una edad parecida.  Pero no me quiso decir la edad.  Fue necesario que saliera una vecina para que hablando y hablando, la mujer me mintiera diciéndome que setenta y pocos.  A l menos que sea como yo, de los eternamente viejos.  Pues desde los cuarenta me dan por casi octogenario.

La Habana Vieja. La Habana.

El peor encuentro lo tuve con una delincuente delgadísima y pequeña.    Acababa de salir de fotografiar un antiguo convento de monjas, hoy ocupado por 62 viviendas, cuando se me acercó esa muchacha. En un descuido la dejé hablar y tardé una hora y 10 cucs en que se fuera.  Le compré dos kilos de leche en polvo para su hijo que le gusta mucho y para ella que le gusta con café, un paquete de papel higiénico, un bote de jugo de frutas y algo más.  Le dije diez veces que tenía que irme y se empeñaba siempre en acompañarme un poco más.  Me resultaba violento decirle lo que estaba pensando, porque incluso planeé aprovechar un descuido y esconderme detrás de una puerta. Menos mal que me evitó del ridículo la presencia de unos guardias que la puso en fuga.

Un antiguo convento. La Habana Vieja. La Habana.

Quedé libre en la esquina de la calle Oficios y por allí me fui a la Plaza de Armas.  En el camino me detuve unos instantes en la Plaza de San Francisco para hacerle una foto feliz al pintor que estaba cobrando la venta de uno de sus dibujos a unas turistas, otras al convento hoy convertido en auditorio, a la Plaza y a la Lonja de Comercio, un edificio construido por una empresa norteamericana a principios del siglo XX y que fue rehabilitado por la Oficina del Historiador a través de una empresa mixta con España.

Vendiendo un cuadro. Plaza de San Francisco. La Habana.

Todavía tuve tiempo de detenerme en la Mezquita de La Habana, tan sencilla y tan abierta, y en la carnicería antigua que está casi enfrente antes de que me cogiera el anochecer entrando en la Plaza Vieja.

La Lonja de Comercio.  La Habana Vieja. La Habana.

La Plaza de Armas es el lugar más visitado por mi en estos cuarenta días, si exceptuamos las dos o tres oficinas que he ido abriendo por ahí en distintos hoteles.  En esta plaza nacía La Habana. Aquí se construyeron las primeras casas que dieron en llamarse la Villa de San Cristóbal y después San Cristóbal de La Habana.  Eran casas construidas con madera y guano, la hoja de la palma, y junto a ellas se construyó la primera fortaleza de Cuba, el Castillo de la Real Fuerza, el que luce la Giraldilla.  Las casas se derribaron antes de que cumplieran cien años pues en el mismo siglo XVI  ya se habían construido en su lugar un espacio para los ejercicios militares de la guarnición.

Castillo de la real Fuerza. plaza de Armas. La Habana.

  En esta plaza confluyeron durante casi dos siglos, los poderes religioso, político y militar.  En la mitad del siglo XVIII se levantaron los palacios de los capitanes generales , del que ya os hablé hace dos días y el del Segundo Cabo, enfrente de este último se situó en su momento la embajada americana hasta la revolución castrista, que tras la marcha de la legación americana reconvirtió el uso del edificio en una escuela pública, primero, y después en el actual Museo de Ciencias Naturales.  También en esta plaza se ubican El Templete desde 1.828 y el Hotel Santa Isabel, uno de los más antiguos de La Habana.

Palacio de Segundo Cabo. Plaza de Armas. La Habana.

En el centro de los jardines estuvo desde 1834 la estatua del rey Fernando VII, que fue sustituida por la de Carlos Manuel Céspedes en 1955.

Jardines de la Plaza de Armas con la estatua de Céspedes. La Habana.

Y de aquí me marché para casa, un largo recorrido de dos o tres kilómetros que hice callejeando ya en la noche oscura.

La Habana Vieja. La Habana.
La Habana Vieja. La Habana.
La Habana Vieja. La Habana.
La Habana Vieja. La Habana.
La Habana Vieja. La Habana.
La Habana Vieja. La Habana.
La Habana Vieja. La Habana.
La Habana Vieja. La Habana.
La Habana Vieja. La Habana.
La Habana Vieja. La Habana.
Hotel Ambos Mundos. La Habana Vieja. La Habana.
Ranchón El Giraldillo. La Habana.
En azul La Habana
Avda. Salvador Allende. La Habana.
Avda. Salvador Allende. La Habana.
Avda. Salvador Allende. La Habana.
Avda. Salvador Allende. La Habana.
Bocacalle en Simon Bolivar. Centro habana. La Habana.
Calle Simón Bolivar. La Habana.
Calle Simón Bolivar. La Habana.
Mujer en la Calle Simón Bolivar. La Habana.
Portal en Calle Simón Bolivar. La Habana.
Niño en la Calle Simón Bolivar. La Habana.
Barrio Chino. Calle Dragones. La Habana.
Parque El carita. Barrio Chino. La Habana.
Paseo Martí. La Habana Vieja.
Parque de la Fraternidad. La Habana.
Parque La Fraternidad. Barrio Chino. La Habana.
Centro Habana desde la Terraza del H. Saratoga.
La Habana Vieja desde la terraza del Saratoga.
Hotel Santa Isabel. Plaza de armas. La Habana Vieja.
La Bahía de La Habana
La Bahía de La Habana.
La Habana Vieja.
La Habana Vieja.
La Habana Vieja.
La Habana Vieja.
La Habana Vieja.
La Habana Vieja.
La Habana Vieja.
La Habana Vieja.
La Habana Vieja.
La Habana Vieja.
La Habana Vieja.
La Habana Vieja.