Mi madre, que ya cumplió 96 años, nunca se sometió a una operación de cirugía estética, ni siquiera se inyectó botox, no ha hecho más que darse un maquillaje cada mañana para quitárselo al llegar la noche y alguna que otra crema. Es casi una centenaria, alegre y optimista, que practica un trato exquisito con todo el mundo. Hace unos días, una de sus nietas le puso un espejo de aumento en la mano y al verse gritó espantada: Dios mio! Me estoy deshaciendo y no me decís nada.
La Habana me recuerda a mi madre. También se está deshaciendo; pero sigue seduciendo a todo el mundo.
La mayoría de los edificios anda por los cien años y, salvo excepciones, nunca se sometieron a una rehabilitación que fuera más allá de un lavado por la lluvia y una mano de pintura bastante diluida El resultado es una ruina; pero la ciudad no pierde su encanto. Y no solo porque sea una ciudad preciosa, bien diseñada, atractiva y abierta, donde por la noche se ven las estrellas y no dejas en ningún momento de ser consciente de que el cielo está ahí. Sino también porque el trato que te dan sus vecinos es acogedor, mucho más que amable y educado. Posiblemente haya un lenguaje y un trato entre habaneros que desconocemos, pero lo que percibimos es tan agradable que siempre ayuda a que te enamores todavía más de esta ruina.
Y de los habaneros no solo su carácter llama la atención. No hace falta que los turistas vayamos en pantalón corto y camiseta para distinguirnos, físicamente ellos marcan la diferencia. No hay más que verlos. Solo un defecto en la última tendencia física, se están pasando en el gusto por los traseros grandes en las mujeres sea cual sea el color de su piel. A ellas y a ellos parecen encantarles.
Aquí, en Cuba, se dice que el mejor invento de los gallegos (españoles) han sido los mulatos. Yo creo que ese invento se ha ido perfeccionando con los años, con la participación también de indios, orientales de Japón y china y personal del cinturón de la antigua URSS. Es muy posible que este sea uno de sus secretos: La Habana es mestiza.
Ya dije que es posible que haya un lenguaje local al que no tenemos acceso y que se nos trate con ese comedimiento y amabilidad que se le debe a los invitados en una casa. Mi padre solía decir: el invitado primero, por ruin que sea. Pero aun así, es imposible que ese tono general no sea natural y espontáneo. Me inclino a pensar que los habaneros son amables y de trato fácil. He sufrido algún desplante y algún gesto de mala educación que no empañan ni lo más mínimo mi consideración general.
Un camarero displicente, un vendedor callejero que se niega a que le hagas una foto, o un muchacho con auriculares al que le hablé una vez y que, mirándome con desprecio, me respondió, supongo que con la letra del hit hot que estaba escuchando: “Y te voy a pegar un tiro”. Nada, teniendo en cuenta las decenas de personas con las que he hablado estos días. Corroboro lo del carácter amable y acogedor de los cubanos.
Por tocar otro de los tópicos, el de las jineteras. Ni te asaltan ni te molestan, y no he visto muchas. En los patios de los hoteles que he visitado, ninguna. Y estuve en unos catorce. En El malecón, que puede medir cinco o seis kilómetros, cuatro o cinco la noche en que me encontré a más y hubo noches en las que no supe de ninguna. Es decir, son como flores silvestres en el césped de un campo de futbol si lo comparamos con la oferta de prostitución que hay por Europa, donde incluso se sabe que hay trata de blancas, otra cosa es que quieran o puedan demostrarlo.
Por lo que se refiere al intercambio de sexo por dinero, a cualquier hora no sabría a donde ir en La Habana, supongo que lo difícil será establecer el primer contacto.
Mantener una relación sexual en la Habana no parece difícil, siempre que lo fíes a un encuentro casual. Yo he tenido varios de esos encuentros y, dado mi aspecto y mi edad, es fácil suponer que iban a costarme algo. Tampoco quise saberlo, aunque en ocasiones me he arrepentido de no haber ido más lejos, como hoy mismo.
Al mediodía, una mujer que me alcanzó por la acera se puso a hablar conmigo, con ese encanto tan habanero, y se acabó enterando de que andaba buscando un lugar donde comer. Enseguida me invitó a su casa. Como no acababa de aceptar, a pesar de su empeño, pasó a hablarme de lo que me esperaba: Si vienes te hago maravillas, me dijo. Estuve a punto de decirle que me encantan las croquetas; pero no me arriesgué. Era joven y entrada en carnes y, siendo consciente de mis atractivos, temí que lo que quería fuera comerme a mi entero. Pero no me molestó, fue amable y simpática, incluso hablando de otras cosas en el largo trecho en que fuimos juntos. Como en el camino quedaba su casa al llegar a ella me invitó de nuevo a entrar. Ven, me dijo cogiéndome de la mano. Se lo agradecí, pero le dije que no, se lo tuve que decir tres veces y en ningún momento dejó de sonreírme. Su casa era el semisótano de una de esas hermosas casas destruidas. En un agujero bajo el porche unos tablones que hacían de puerta dejaban entrever unas piezas de ropa a secar. Ahora pienso que debería de haberla seguido, de haber entrado, solo por ver cómo era donde vivía. Pero entonces ni me atreví a pedirle que me dejara fotografiarla a la puerta de su casa, me daba pavor que supiera lo que estaba pensando.
Relacionarse es fácil en La Habana y por supuesto que no todos los contactos tienen una finalidad sexual. Más tarde, poco después de dejar el restaurante, una mujer joven me pidió que le hiciera una foto, imposible negarme. Le hice dos y como estaba a contraluz y era negra no se veía nada, así que se lo dije y la puse al sol para que estuviera bien iluminada. Le hice tres. Se las enseñé y me pidió que borrara una porque no se gustaba. Lo hice y seguimos cada uno nuestro camino.
Ya llegando a casa una mujer me habló a mi espalda y me volví. Esta no quería invitarme a su casa, quería que la invitase a la mía para que hiciéramos el amor. Le reconocí que la propuesta era muy tentadora. Era joven, hermosa, mulata y se movía con una elasticidad envidiable. Pero me disculpé diciéndole que me era imposible. Debió que creer que era por dinero porque respondió diciéndome que solo me iba a cobrar 20 cucs. Le agradecí la oferta, pero seguí negándome hasta que nos despedimos amigablemente.
Por supuesto que no todos los días me sucede lo de hoy, ni todas las semanas. Pero debo de tener algo que me delata como pardillo o viejo verde porque lo de hoy me ha pasado en otros lugares lejos de Cuba. Sin embargo, solo aquí, en la Habana, no me he sentido violentado, ni he sentido temor alguno. En otros paises mi reacción fue ponerme en alerta a la espera de lo que pudiera ocurrir tras mi negativa. Recuerdo que en Madrid una muchacha llegó a enfadarse por mi rechazo. ¿Por dónde andarías?, os preguntareis. Pues por el centro, yendo a buscar mi coche a un parking. Se me ofreció y no se me ocurrió otra disculpa que decirle que era muy joven para mi. Me dio la espalda, se inclinó hacia delante y levantándose la falda me gritó mientras miraba para poniente: ¿Qué te parece? Y a mi, asombrado ante aquel trasero, solo se me ocurrió decirle lo que me parecía: Un melocotón. Me persiguieron los insultos hasta que desaparecí en el agujero del aparcamiento.
Pero la sorpresa de hoy, fue encontrarme en el Parque de Victor Hugo, un busto de Pi Margal, el que fue el más breve presidente de la efímera Primera República Española. Los masones de La Habana que constituyeron una logia con su nombre, la logia “Pi Margal”, le levantaron este pequeño monumento casi escondido en uno de los parques de El Vedado. Le recuerdan como defensor de la independencia de Cuba. Lo que no es poco para un hombre que fue presidente de la república española aunque solo fuera 37 días.
Pi Margal tuvo su momento en Cuba, por haber defendido la independencia de la Isla en el Parlamento de España a donde, después de la cárcel y el exilio, volvió a ser diputado en 1886. Su momento en cuba duró años, de 1906 hasta 1930, tiempo el que su nombre se le dio a una de las calles más transitadas de La Habana Vieja, la Calle Obispo. Ahora queda en esta esquina del Parque Victor Hugo, este recuerdo de un hombre del que se dijo que era bajito, estrafalario, honesto y controvertido; pero que debió ser mucho más. Pues en una España arruinada, con dos guerras civiles en marcha, carlista y cubana, y cuando cada noche amenazaba una asonada militar, se negó a utilizar al ejército para reducir a los desaforados cantonalistas. Yo conocí a un hombre en Lalín, al viejo Currás, que cantaba una vieja canción en la que hablaba de Pi Margal pero de la que solo recuerdo, de manera hilada, “somos republicanos de Salmerón por eso gritamos… la revolución…” Ahora,que en España los nacionalistas están insistentes, estudiosos hay que aconsejan volver a Pi Margal.
Por lo demás fue un día de hacer maletas y mudanza. Hoy levantamos la casa. Mañana nos vamos a Cayo Santa María y el domingo a la vuelta dormimos en nuestro nuevo apartamento. Puede pasar de todo. Que bien!